24/07/2017
Editorial escrito por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo de Revista Agricultura
Todos conocemos la fábula de Tomás de Iriarte, “Los dos conejos”. En ella estos dos animalillos están en el campo viendo cómo se aproximan, desde la distancia, dos perros. El debate surge entre ellos acerca de cuál es la raza de sus perseguidores, y tanto se centran en este tema y sus diferencias de opinión que se olvidan de lo principal y los perros los atrapan.
Esta reflexión me viene a la cabeza tras años de analizar el sector del aceite de oliva, viendo cómo se han gestionado las diferencias de calidad de los productos del olivar español ya que, aunque parezca que no hay relación, la hay.
Entremos en materia.
Tras las campañas de publicidad que el sector oleícola ha hecho en estos últimos años yo creo que a nadie le entran dudas hoy en día sobre la diferencia de calidad que se percibe entre un aceite de oliva virgen extra y un aceite de oliva con mezcla de refinado. Podremos discrepar sobre si las categorías son las que deben ser, si los métodos de clasificación de virgen extra/virgen son los idóneos o sobre si las campañas de imagen son las más adecuadas, pero quizás deberíamos estar orgullosos de la percepción que se está dando de un producto que se ha convertido en la referencia de la “marca España” en alimentación.
Algunos datos son, por ejemplo, la producción anual media en España, que deja muy atrás nuestro histórico techo del millón de toneladas (en 2016 fueron 1.250.000 las toneladas producidas), pero también lo son los niveles récord de exportación, ya que el año pasado se alcanzaron las 650.000 toneladas.
Si consideramos, por ejemplo, un consumo interno de unas 370.000 toneladas, el enlace previsto no es, ni mucho menos, excesivo. Esto provoca que los precios que vemos en los supermercados sean por fin altos, llegando a superar la barrera de los 4 euros.
Ahora bien, ¿qué ocurre con el consumidor? Pues lo que ha sucedido históricamente, que aquél con menos poder adquisitivo modificará sus hábitos de compra e irá hacia otros aceites distintos del de oliva. Hace años era el girasol, pero hoy también tenemos la colza (o canola o nabina), que lucha por zafarse del efecto del Síndrome Tóxico, que mató su consumo de forma injusta en 1981.
Ahora bien, si como los expertos indican los precios altos en los aceites de oliva van a acompañarnos durante un tiempo, básicamente por la ley de la oferta y la demanda ¿no tendría sentido que el sector del olivar se coordinara para funcionar como un todo y dejar el máximo valor añadido dentro?
Me refiero no únicamente a tener en cuenta el aceite de oliva sino el de orujo de oliva, un aceite que pierde, evidentemente si se compara con su “hermano guapo” pero no tiene nada que envidiar a los de semillas antes mencionados.
Quizás “los hijos del olivo” debieran pegarse por su cuota de mercado de puertas adentro y organizarse como un todo frente a los ataques de otras alternativas. Las marcas lo hacen con la presencia de primeras, segundas y hasta terceras marcas, ¿por qué no hacerlo de forma similar con las categorías?.
Si no se actúa de forma coordinada el hueco de entrada para otros aceites será mayor, y al sector del olivar le dará igual que sean galgos o podencos… porque luego ya sabemos que recuperar cuota de mercado será duro.