25/10/2022
Como sociedad no somos conscientes de la importancia de contar con una cadena alimentaria sólida y eficaz como la que tenemos. Una cadena que nos garantiza alimentos en cantidad, variedad y calidad, incluso en los momentos más difíciles, y que además lo consigue a un precio muy razonable, ya que un español medio invierte poco más de un tercio de sus ingresos en comida.
Ahora, con la coyuntura global de escasez de materias primas y de aumento de costes energéticos, la subida de los precios de los alimentos ha sensibilizado a muchos ciudadanos de la necesidad de alimentarse. Como decía Quevedo, “sólo el necio confunde valor y precio”.
Pero vayamos a la raíz del problema. Durante décadas, el que se quedaba a trabajar en el campo era el que no tenía otra cosa, el “tonto”, el que no podía irse a la ciudad a estudiar y buscarse la vida en un “buen trabajo”; o, al menos, eso es lo que se vendía. Y de aquellos barros, los actuales lodos del abandono rural y la España Vacía.
Además, los agricultores conocen de primera mano las penalidades de trabajar en el campo: los grilletes de los precios bajos, del trabajo duro, las frustraciones de estar siempre mirando al cielo esperando una lluvia que acompañe una sementera. Quizás por eso, cuando los hijos han tenido que elegir camino, muchos no los han animado a seguir sus pasos. Demasiadas veces vemos lo negativo de nuestro trabajo, que es mucho, pero obviamos todo lo positivo, como no tener que pasar entre cuatro paredes un tercio de tu vida, contar con la oficina con mejores vistas y amaneceres o que tu jefe no decida por ti cuál es la hora del café. También en el campo damos cosas por hechas.
Pero como diría Galileo, “sin embargo, el campo se mueve”.
Los jóvenes que se incorporan están más que preparados, tienen una formación académica más elevada que la media de su generación. Casi 4 de cada 10 cuentan con titulación universitaria y el 65%, como mínimo, bachiller o FP superior (los jóvenes españoles en general no llegan al 48,7%).
Así lo refleja al menos el estudio "Agro-millennials. Perfil de los nuevos agricultores/as y ganaderos/as del siglo XXI", presentado por las Juventudes Agrarias de COAG y la ETSIAM de la Universidad de Córdoba.
Además, un 87% considera la agricultura un trabajo estable a largo plazo y manifiesta un nivel de satisfacción muy alto por el desempeño diario de su actividad profesional (8,48 sobre 10). La juventud aporta un soplo de aire fresco en un mar de desánimo, muchas veces justificado.
Pero no todo son luces, también hay muchas sombras, como la dificultad de acceso a la tierra, la excesiva burocracia o, por supuesto, la complejidad para hacer sus explotaciones sostenibles económicamente.
Los brotes verdes, los menores de 35 años titulares de explotaciones agrarias del sector agrario son sólo 27.000, un 3% del total, mientras que los mayores de 64 años son más de 355.000 titulares, el 40%. ¿Llegaremos a tiempo para darle la vuelta al resultado, para mantener el talento en el sector y captar “sangre fresca”?
El futuro del sector agrario pasa a corto plazo por hacer que el sector gane dinero, lo que es difícil.
Pero el largo plazo no es menos complejo: necesitamos reconocimiento social. Sin él, nos quedaremos en el pan para hoy.