17/10/2019
Y la administración Trump sabe muy bien qué sectores va a tocar para contrarrestar: nuestras exportaciones agroalimentarias. ¿Por qué? Aquí va un pequeño análisis. EE. UU. lleva jugando desde julio del año pasado una gran partida de póker económica con las potencias mundiales, sobre todo con China, a quien considera competencia directa. El pasado agosto esta estrategia alcanzó su punto álgido, ya que fue el momento en el que EE. UU. anunció que aplicaría un arancel del 10% a las importaciones chinas por valor de 300.000 millones de dólares.
China, que no está dispuesta a dejarse amedrentar por Trump, ha respondido “en defensa de sus legítimos derechos e intereses” con la misma cantidad de aranceles hasta que su nivel de exportaciones se lo ha permitido. Y al alcanzar el límite ha devaluado su moneda para hacer su economía más competitiva, algo que ha crispado a la administración estadounidense.
En estos últimos días se está pactando una tregua entre los dos gigantes mundiales, que no implica un final de la lucha. Entre las medidas del acuerdo están que China se comprometa a comprar más productos agrícolas de Estados Unidos por valor de entre 40.000 y 50.000 millones de dólares, y que Estados Unidos renuncie a los nuevos aranceles que estaba pendiente de aplicar.
Esta medida aligera la presión sobre el tejido agrícola de EE. UU., que estaba al límite de resistencia.
Los agricultores de EE. UU. no estaban únicamente limitados por los aranceles chinos a su maíz y soja, sino que además habían visto cómo la obligación de los fabricantes de combustibles de incluir alcohol procedente de maíz en su etanol se había eliminado (cerca del 40% del maíz USA va destinado a combustible). Y esta es la clave final: el año que viene es año electoral en EE. UU. y Trump sabe que buena parte de los resultados que obtenga pasarán por el apoyo del sector agrario en los estados más agrícolas del país.
Por tanto parece como si la administración americana, al ver el muro chino demasiado alto, se haya enfocado en buscar caladero de “votos agrícolas” a costa de una Unión Europea económicamente potente pero menos cohesionada y beligerante que China.
Al cierre de este editorial aún no estaban definidos los productos de la UE que aumentarán su arancel, pero se prevé que sea de un 10% a las importaciones de aviones comerciales y un 25% a una serie de productos agrícolas.
Sin todas las claves anteriores no se entendería que una guerra comercial por la producción de aviones se traslade al terreno agroalimentario, pero estamos en una economía globalizada en la que la UE tiene actores importantes a nivel mundial. Por ejemplo, España envía vino y aceite a EE. UU. por valor de más de 700 millones de euros, estamos jugando en una liga muy diferente de la que estábamos en 1985, con sus ventajas e inconvenientes. Nuestros productores se han profesionalizado y han sufrido importantes reconversiones en estos años de mercado común, estamos inmersos en un modelo de producción de alta gama reconocido mundialmente por su seguridad y alta calidad.
Lo único que necesitamos es que las instituciones europeas lo defiendan como deben, porque Trump está jugando fuerte en esta “mano”.