Bioestimulantes, viento de cola en el cultivo sostenible del viñedo

05/07/2021

Por Ángela Fernández, periodista agroalimentaria

Al igual que otras producciones agroalimentarias, la vitivinícola se ha embarcado en un inexorable viaje hacia la sostenibilidad, en el que la reducción progresiva de sustancias fitosanitarias y el uso de métodos de cultivo y productos alternativos forman parte de la tripulación que acompaña la travesía. Entre ellos, están cada vez más presentes sustancias como los bioestimulantes, que aportan mejoras cualitativas y ventajas agronómicas en la planta y sus frutos.


En este viaje hacia la optimización de la calidad y la productividad del viñedo mediante prácticas medioambientalmente más respetuosas, el rumbo lo marcan, por un lado, normativas cada vez más estrictas y, por otro, una creciente concienciación ambiental tanto en los productores como en los consumidores, acuciada a su vez por el endurecimiento de las condiciones climáticas. Todo ello tiene una repercusión significativa en un sector de gran importancia socioeconómica en nuestro país.

No en vano, España es líder mundial en superficie de viñedo y también lo es en superficie de viñedo ecológico. Los últimos datos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) sitúan la superficie mundial de cultivo de la vid en 7,3 millones de hectáreas. De ese total, la superficie de viñedo en nuestro país se ha posicionado en el entorno de las 950.000 hectáreas en los últimos años, según el informe “Importancia económica y social del sector vitivinícola en España”, elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) para la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE). Dicho informe confirma, asimismo, el liderazgo español en extensión de viña ecológica, que en 2019 superó el 13% de la superficie total nacional de viñedo para vinificación.

En términos de volumen, nuestro país es el tercer mayor productor de vino, con unos 38 millones de hectolitros anuales, y representa, junto con los dos principales productores (Italia y Francia), casi la mitad de la producción mundial de vino y más del 80% de la de la UE, tal y como indica la OIV, que estima el total de la producción global de vino en 2020, excluidos zumos y mostos, en 260 millones de hectolitros. Si bien el avance de superficies y producciones de cultivos elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en marzo de 2021, con estimaciones de producciones vitivinícolas correspondientes a la cosecha 2020, sitúa la producción de vino y mosto en nuestro país en 46.492.804 hl, un 23,2% superior a la campaña anterior.

De la magnitud del sector da cuenta Teresa Garde Cerdán, investigadora del Instituto de Ciencias de la Vid y del Vino (ICVV) y responsable del Grupo Viticultura y Enología Aplicadas (VIENAP), que incide en que “el 13% de la superficie de viñedo mundial está en España”, sin olvidar que el sector de la viña no solo es importante a nivel económico, “sino que también es un bien cultural”. Todas estas cifras tienen, por tanto, su reflejo en una trascendencia social, que es especialmente significativa en muchas zonas rurales, ya que “a lo largo de la geografía española, el viñedo forma parte del paisaje y, en muchos casos, es el motor de pueblos pequeños, porque contribuye a luchar contra la despoblación”.

Situación actual y perspectivas

No es ningún secreto que el último año ha sido complejo para la vitivinicultura, marcado por un contexto coyuntural de dificultades tanto en el mercado nacional como en el exterior debido, por un lado, a la situación derivada de la pandemia de COVID-19 y, por otro, a diversos reveses políticos y comerciales internacionales. A pesar de ello, Luis Ángel Lobejón Mallagaray, ingeniero técnico agrícola, responsable de la Zona Noroeste en Quimsa-Norden Agro, señala que el sector tiene por delante perspectivas muy interesantes. “Se están abriendo nuevos mercados y nuevas tendencias” en la demanda. “Tenemos que buscar los mercados internacionales y, para ello, no hay que producir por producir. Hay que ir con los tiempos, buscar dónde está la tendencia del mercado” e impulsar “otro tipo de viticultura”. Y la respuesta a lo que está demandando el mercado pasa por “impulsar la sostenibilidad y la innovación, sin olvidar la tecnificación”.

En remarcar la importancia de la exportación para el viñedo español coincide Victorino Martínez Puras, viticultor y asesor de la Asociación Española de Fabricantes de Agronutrientes (AEFA), y así lo refleja también el informe elaborado por AFI para OIVE, que sitúa a España como principal exportador mundial de vino en volumen y tercero en valor, con productos vitivinícolas presentes en 189 países. “Somos el país número uno en superficie y lideramos el número de productores y bodegueros compitiendo entre nosotros”, afirma Victorino Martínez, y todo ello -continúa-, en un país “donde el consumo de vino per cápita es de los más bajos del mundo. Y esto hace que, o salimos a vender al exterior, o el futuro será tan competitivo que se irá reduciendo la superficie y la producción de vino, especialmente en aquellas regiones o denominaciones de origen donde el precio de la uva está por debajo del coste del viticultor”.

A este respecto, Antonio Alcázar Sánchez, director técnico de ZERYA, apunta que, en efecto, “el futuro del vino está en la exportación, pero también pasa por la educación del mercado nacional”, para lo cual es necesario “comunicar las bondades y las virtudes que tiene el sector” y los retos que se encuentra para dar respuesta a todas las necesidades y desafíos. Todo ello con vistas a “formar al consumidor, que es el destinatario de todos estos esfuerzos”.

Consumidores y sostenibilidad

Precisamente el consumidor y sus demandas es una de las palancas que está impulsando a la viticultura hacia prácticas más respetuosas con el medio ambiente, pero la cuestión es si está realmente dispuesto a pagar más por vinos elaborados de forma sostenible. Teresa Garde Cerdán sí cree que “hay mercado potencial” para este tipo de productos, ahora bien, ve necesario “conseguir que la calidad y el precio sean atractivos, para que se vayan consolidando en el mercado y esta manera de producción se vaya imponiendo respecto a las prácticas que son menos respetuosas con el entorno”.

En este punto, Victorino Martínez Puras lo tiene claro: “Hoy día o se produce de una forma sostenible o no se produce. Las propias direcciones técnicas de las denominaciones de origen nos exigen a los agricultores una trazabilidad desde la poda hasta la vendimia” y, en este sentido, se están implementando prácticas como el paso “a una fertilización más biológica y menos química”, la limitación del uso del agua o la utilización de feromonas para el control de plagas, entre otras.

Respecto a si los mercados están dispuestos a pagar más por producciones sostenibles, Antonio Alcázar señala que algunos de ellos sí, especialmente los del centro y norte de Europa, pero ve necesario concretar el concepto de sostenibilidad. “El problema no es solo el consumidor que no esté dispuesto a pagar por ello, sino que necesitamos decirle al consumidor qué es sostenibilidad, cómo la valoramos y cómo intentamos mejorar nuestra aportación en todos sus aspectos”. Para ello, incide en que es importante tener en cuenta el efecto de la innovación: “No podemos plantearnos una producción sostenible sin una I+D que dé las herramientas necesarias para que el productor pueda reducir sus insumos manteniendo la calidad y la producción”.

Luis Ángel Lobejón coincide en la necesidad de orientar el significado del concepto sostenibilidad, que asocia con innovación y tecnificación. Para él, la tecnificación no es sino “aprovechar todos los recursos que tengamos para obtener una producción acorde a las expectativas y a los mercados. Tenemos que saber lo que cuesta producir y tenemos que concienciar a los mercados de lo que cuesta producir”. Aun así recuerda que, a pesar de la tendencia creciente hacia ese factor sostenibilidad, “hay mercado para todo”, también para las producciones convencionales.

El reto climático

Además de las demandas de los consumidores, otro de los factores que juegan un papel importante en el rumbo de la producción vitivinícola es el entorno climático, que se ha tornado cambiante y cada vez más extremo, y supone todo un desafío para los viticultores que conlleva cambios en la forma de trabajar el viñedo.

A la hora de combatir los efectos que los vaivenes climáticos tienen en la composición de la uva y, por tanto, en la calidad del vino, tanto Luis Ángel Lobejón como Teresa Garde apuntan al uso de herramientas tanto tecnológicas como de laboreo y en materia de productos fitosanitarios y nutricionales. “Una planta bien nutrida es una planta más equilibrada y más resistente, por lo tanto, a inclemencias climáticas”, indica Lobejón.

Precisamente en el grupo de investigación del que es responsable Teresa Garde han podido comprobar que, como consecuencia del cambio climático, “en la uva la madurez tecnológica se está viendo acelerada, mientras que la síntesis de compuestos fenólicos ha disminuido y ello compromete la calidad de la uva, porque se está acentuando el desacoplamiento entre madurez tecnológica y madurez fenólica”. Para mitigar estos efectos, se está trabajando en la búsqueda de herramientas que ayuden a conseguir “que la composición de la uva sea la adecuada en el momento en que se recolecta, y es aquí donde el uso de los bioestimulantes, en concreto, de los elicitores, puede ser una práctica agronómica interesante”. Estos compuestos “aplicados foliarmente en el viñedo, hacen que la planta incremente la síntesis de compuestos fenólicos”, con lo que se logra acelerar la formación de estos compuestos, consiguiendo “que la madurez fenólica se acerque a la madurez tecnológica”.

Técnicas clave

Considerando todos estos factores, el sector ha de tener en cuenta determinados puntos clave, a nivel técnico, a la hora de gestionar el cultivo de la viña. Para Antonio Alcázar, “es necesaria una formación de los departamentos técnicos orientada hacia la nueva situación que nos encontramos en los viñedos”. Esta situación conlleva incluso “replantearse el manejo tradicional del viñedo”, teniendo en cuenta todas “las interacciones que se producen”. Respecto a los bioestimulantes, incide en que para que consigan su mayor eficacia, es necesaria “una situación de equilibrio de la planta, por lo tanto, deben estar dentro de una estructura general de manejo integrado del cultivo del viñedo”.

En esta misma línea, Luis Ángel Lobejón resalta la importancia de alcanzar un “equilibrio entre suelo, agua y cultivo”, como aspecto clave a tener en cuenta en cultivos de viña respetuosos con el medio ambiente. Ello requiere realizar análisis de suelo para determinar los aportes adecuados para el cultivo, y del agua, para establecer las pautas adecuadas de riego. Otro punto que considera importante a nivel técnico es el uso de herramientas tecnológicas, como los drones o el mapeado de parcelas, para comprobar el estado fenológico del cultivo en cada momento, así como posibles heterogeneidades en las parcelas, y hacer aportes nutricionales o hídricos puntuales en caso de necesidad, además de que el laboreo, la poda o los aportes de materia orgánica se realicen en el momento adecuado y de forma inteligente.

Por su parte, Victorino Martínez destaca, a nivel técnico, tres aspectos: “Poner especial atención a la poda; la vigilancia desde los primeros estadios de la vid hasta la maduración, siempre en prevención, nunca en curación”; y la creciente importancia del cultivo ecológico, “cada vez hay más demanda de este tipo de cultivo, pero solo podremos cultivar en ecológico si las condiciones lo permiten y la calidad de la uva cumple con los parámetros que todo enólogo exige”.

El papel de los bioestimulantes

Como elementos a tener en cuenta a la hora de mejorar la producción y composición de los vinos, en esta tendencia hacia una gestión del viñedo más respetuosa con el medio ambiente, entran en juego los citados productos bioestimulantes. Victorino Martínez los define como “sustancias que, al aplicarse a las plantas, son capaces de mejorar la eficacia de estas en la absorción y asimilación de nutrientes y, además, mejoran algunas de sus características agronómicas”.

Teniendo en cuenta que la aplicación de estas sustancias contribuye a optimizar recursos, pueden ser, por tanto, una herramienta poderosa a la hora de reducir el uso en la fertilización de la vid de compuestos nitrogenados, cada vez más restringidos desde el punto de vista normativo. En cualquier caso, todas las fuentes consultadas coinciden en señalar que la función de este tipo de sustancias no es la de sustituir al abonado o fertilización de fondo, sino que lo complementan, ayudando así a optimizar la asimilación y la absorción de nutrientes por parte de la planta.

Dentro de los llamados bioestimulantes no se contempla un solo tipo de producto, sino que, tal y como pone de manifiesto Luis Ángel Lobejón, la gama es amplia, desde “sustancias osmorreguladoras a elicitores, extractos vegetales, ácidos vegetales, aminoácidos, etc.”. Así pues, no hay un bioestimulante que aporte una solución universal, a modo de varita mágica, sino que “hay un bioestimulante para cada momento, para cada cultivo, para cada estado fenológico” e incluso para cada fin que se quiera conseguir.

Respecto a los más utilizados en viñedo, Victorino Martínez observa que en los últimos años “está teniendo un mayor uso por parte de los agricultores el empleo de algas, como mejora y complemento a la fertilización tradicional en macronutrientes o a la fertilización con productos de materia orgánica. Suelen utilizarse mediante aplicación foliar y mejoran el aspecto de la viña, su vegetación y la calidad del racimo y de la uva”. Antonio Alcázar señala dos líneas: “por un lado, los aminoácidos, que pueden ofrecer desde una formación radicular hasta una reducción de estrés; por otro, las algas, con todas las ventajas que tienen”.

Por su parte, Teresa Garde indica que en su grupo de investigación trabajan en la aplicación “de dos tipos de bioestimulantes: compuestos nitrogenados y elicitores”, con el objetivo de mejorar la calidad de la uva y el vino. En el futuro le gustaría utilizar en sus investigaciones los bioestimulantes “para activar los sistemas de defensa de la planta, de forma que esté más protegida frente a agentes patógenos, lo que podría permitir reducir el uso de químicos aplicados en viñedo”.

Objeto de debate y análisis

Las declaraciones recogidas en este reportaje han sido extraídas de la tertulia virtual Agrícola Café sobre sostenibilidad y bioestimulantes en viñedo organizada por Grupo Editorial Agrícola-Henar Comunicación el pasado 1 de junio, con el patrocinio de Quimsa-Norden Agro y la colaboración de AEFA, COAG y Reale Seguros.

En dicho encuentro participaron Luis Ángel Lobejón Mallagaray, ingeniero técnico agrícola, responsable de la Zona Noroeste en Quimsa-Norden Agro; Teresa Garde Cerdán, investigadora del Instituto de Ciencias de la Vid y del Vino (ICVV), responsable del Grupo Viticultura y Enología Aplicadas (VIENAP); Victorino Martínez Puras, viticultor y asesor de la Asociación Española de Fabricantes de Agronutrientes (AEFA); y Antonio Alcázar Sánchez, director técnico de ZERYA. Todo ello bajo la moderación de Jesús López Colmenarejo, director de Grupo Editorial Agrícola-Henar Comunicación.

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