'Objetivo descarbonización': una cuestión de supervivencia para nuestra agricultura

21/12/2021

Por Manel González, periodista

La Unión Europea asumió por fin, en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en 2015 París, el compromiso de avanzar hacia la neutralidad del carbono en la segunda mitad del siglo XXI. Para los despistados: según el Parlamento Europeo, la neutralidad de carbono se da cuando se emite la misma cantidad de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera que la que se retira por diversas vías. Esto deja un balance cero, que también se denomina huella cero de carbono.


Con el Pacto Verde Europeo pergeñado a finales de 2019 por la Comisión Europea llevado a término, el nuestro sería el primer continente capaz de absorber tantas emisiones de CO2 como produce para 2050. El papel de la agroalimentación, de carácter protagonista, se desvela en la estrategia ‘De la granja a la mesa’.

Con este objetivo en el punto de mira, en diciembre de 2021 la Comisión Europea hizo pública su ‘Comunicación sobre ciclos de carbono’ en la que se explica cómo impulsar la eliminación de carbono de la atmósfera. Para equilibrar el impacto de nuestras emisiones de CO2, la UE debería reducir drásticamente su dependencia del carbono fósil, mejorar la agricultura de carbono para almacenar más carbono en la naturaleza y promover soluciones industriales para eliminar y reciclar carbono de forma sostenible y verificable.

Para ello, se pretenden establecer acciones a corto y medio plazo para apoyar la agricultura de carbono y mejorar este “modelo empresarial verde” que recompense a aquellos agricultores y demás profesionales del campo “que se preocupen por el secuestro de carbono y la protección de la biodiversidad”. De cara a 2030, estas iniciativas basadas en la agricultura de carbono deberían contribuir con 42 millones de toneladas de CO2 almacenado a los sumideros de carbono naturales de Europa. El paso siguiente a esta Comunicación será una propuesta de marco legislativo sobre la certificación de la eliminación de carbono a finales de 2022.

La agricultura y su “importante papel”

El Gobierno español está profundamente concienciado con todo este proceso y así lo confirman las palabras del secretario general de Agricultura y Alimentación del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Fernando Miranda, que considera que “desde la agricultura tenemos un importante papel que jugar” a pesar de que "las emisiones agrícolas son solo un 11% de las totales”. Miranda reconoce que el sector no lo tiene “tan fácil” como otros, porque tiene que dar un servicio básico a la población, como el de alimentación, y al mismo tiempo reducir sus emisiones, pero también recuerda el potencial de la agricultura como sumidero de carbono.

“Somos un país que tiene una problemática muy particular”, señala el secretario general. España pierde 3,9 toneladas por hectárea y año de suelo como consecuencia de la erosión, tiene el ratio de contenido de materia orgánica en suelo más bajo de Europa y, además, el 18% de su suelo está en riesgo muy alto de desertificación, “motivos más que de sobra”, señaló, “para poner en marcha prácticas o medidas que nos permitan mejorar la situación de partida, y la agricultura de carbono puede tener un papel importante”.

Estas medidas se reflejan en el Plan Estratégico de la PAC que el Gobierno ha remitido a la Comisión Europea, y que cuenta con dos “grandes instrumentos”: la condicionalidad reforzada, con medidas para el mantenimiento de los elementos del paisaje o de la vegetación en los suelos para reducir emisiones y pérdida de materia orgánica, y los ecorregímenes, donde se ha buscado el mantenimiento de las cubiertas vegetales en todos los tipos de suelo, tal y como explica Fernando Miranda, quien recuerda que estos ecoesquemas recogen ayudas por valor de 1.100 millones de euros anuales desde 2023.

Para la directora general de Producciones y Mercados Agrarios del MAPA, Esperanza Orellana, no hay duda de que “la descarbonización sí es una oportunidad para rentabilizar la agricultura”. De hecho, considera que es el sector “más obligado” a emprender este proceso aunque no debe ser “el único responsable”.

Orellana señala que, fruto de los trabajos y análisis previos a la confección del mencionado Plan Estratégico, el Ministerio de Agricultura detectó necesidades como el incremento de la capacidad de sumidero de carbono de los suelos de los cultivos, pastos, etc.; la disminución de la vulnerabilidad al cambio climático; la minimización de las emisiones de gases de efecto invernadero; o la mejora de la gestión y calidad de los suelos. En cuanto a los tipos de intervenciones que recoge el Plan Estratégico para atajar aquellos problemas relacionados con la descarbonización, la directora general destaca el apoyo a la agricultura de carbono, que comprende prácticas como el pastoreo extensivo, el mantenimiento de cubiertas vegetales bien sembradas en las calles entre cultivos leñosos, la aplicación racional de fertilizantes y la agricultura de conservación.

La agricultura de conservación

En la Resolución del Parlamento Europeo sobre la protección del suelo publicada en abril de 2021 se estima que los costes de la inacción sobre la degradación del suelo en la UE se elevan a más de 50.000 millones de euros al año, “más del dinero que España va a recibir en el próximo programa de la PAC”, puntualiza Emilio González, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes de la Universidad de Córdoba y secretario general de la Federación Europea de Agricultura de Conservación (ECAF).

Ese mismo documento señala que invertir en prevenir la degradación de los suelos es mucho más barato (unas diez veces más rentable) que invertir en restaurar esos suelos enfermos. Por ello, la agricultura de conservación se erige en una herramienta idónea, “como está ampliamente demostrado”, señala González.

Basada en los tres principios de la mínima alteración del suelo, la cobertura permanente y la rotación de cultivos, la agricultura de conservación ofrece mayores servicios al ecosistema, protegiendo los suelos y mejorando la calidad de las aguas y contribuyendo a la lucha contra el cambio climático al facilitar que los terrenos se conviertan en grandes sumideros de carbono. Unos terrenos que, por cierto, se pueden adaptar a diferentes zonas y sistemas de producción: no hay obstáculos para la agricultura de conservación.

“La agricultura de conservación mitiga los efectos del cambio climático a través de ese incremento de carbono en el suelo pero también a través de la optimización en el uso de insumos. Hay un cambio muy grande que es la drástica reducción del consumo de combustible de una campaña a otra”, apunta Emilio González, que avisa de que esta realidad no sería tan rápidamente palpable en el caso de la disminución del uso de fertilizantes o de productos fitosanitarios “porque venimos de un sistema que ha generado degradación en nuestros suelos y no podemos pensar que solamente por no labrar y dejar unos restos de una campaña a otra se va a obrar el milagro. Vamos a necesitar un periodo de transición durante el cual las ayudas van a ser muy importantes”.

Según un estudio realizado por la Asociación Española de Agricultura de Conservación y Suelos Vivos (AEAC.SV) en 2017, con todo el territorio actualmente dedicado a agricultura de conservación en nuestro país se están capturando al año 9.143.198 t CO2. Si toda la superficie dedicada en España a cultivos herbáceos (7.998.655 ha) y leñosos (4.961.981 ha) se pasara a la agricultura de conservación, se capturarían 52.995.928 t CO2 al año, lo que “estaría compensando la práctica totalidad de la emisiones del sector agrario de nuestro país”.

Yendo a un plano más realista, lo cierto es que se puede asegurar que la agricultura de conservación es una tendencia creciente en España. Según las cifras de la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos publicada por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación,  la implantación de este modelo crece año tras año, hasta las actuales 830.000 hectáreas en cultivos extensivos y las cerca de 1,3 millones de hectáreas en cultivos leñosos. “Aún nos queda mucho por recorrer, pero la tendencia es positiva”, señala Emilio González.

Antonio Torres es un agricultor vallisoletano que practica este modelo en las tierras que trabaja. “Empecé haciendo agricultura de conservación hace siete años aproximadamente porque me fijé en compañeros que lo llevaban haciendo hace quince, y la verdad es que al principio les tachaba de locos, pero se veía que eso iba resultando… La agricultura no es una nave en la nadie ve lo que haces. Nosotros nos fijamos los unos en los otros y vemos cómo podemos mejorar. Se ha demostrado que la agricultura de conservación funciona, además de sus beneficios medioambientales. Por mi zona ya es habitual realizar siembra directa”.

Pero, ¿es sostenible en todas sus acepciones dar el salto del modelo de agricultura convencional al de agricultura de conservación? “Cuando compré la máquina de siembra directa, lo primero que me preguntaron era por qué tenía el arado todavía”, responde Torres. “Creo que las cosas no son ni blancas ni negras, hay un gris siempre intermedio. En España destaca la heterogeneidad de suelos. No es lo mismo un suelo asturiano que uno andaluz. Cada modelo de agricultura tiene unas características cuyo manejo debemos adaptar a nuestra explotación para que sea lo más eficiente posible. Es un proceso lento, pero se está caminando hacia ello”.

Emilio González apunta que “hace 20 años, casi todas las máquinas de siembra directa que había en España eran importadas. Hoy vemos más fabricantes nacionales con soluciones que se adaptan a nuestras condiciones. Sí, ese modelo se puede generalizar. ¿Es fácil? No, porque si lo fuera ya estaría generalizado. Es necesaria la formación, el acompañamiento a agricultores, tener herramientas adecuadas, dotar a los técnicos de mayor conocimiento, etc.”.

La contribución de la empresa privada: el caso de Agoro

Como ejemplo de iniciativa privada de sostenibilidad agrícola a gran escala acaba de llegar a España Agoro Carbon Alliance, fundada por Yara International pero independiente a nivel operacional.

En su hoja de servicios, Agoro ofrece al agricultor incentivos económicos en forma de créditos de carbono (pagos por tonelada de carbono secuestrado en el suelo), formación y soporte agronómico durante todo el proceso de transición de una agricultura tradicional a una de conservación. Se trata, de hecho, de la primera empresa en presentar una oferta de créditos de carbono a los principales integrantes de la cadena agrícola.

¿Cómo funciona todo esto en la práctica? Lo explica el Managing Director Europe de Agoro Carbon Alliance, Mats Rosenberg: “El programa contempla la medición del contenido de carbono en los suelos de los productores al comienzo de la transición a la agricultura de conservación y también tras unos años. Calcula cuántas toneladas de carbono han logrado secuestrar en el suelo durante ese tiempo como resultado del cambio de prácticas. Los resultados son auditados y certificados de acuerdo con los estándares de certificación de calidad. Agoro compra mediante créditos de carbono las toneladas de carbono secuestradas por el agricultor y vende a su vez el crédito a la cadena de valor alimentaria o a otros compradores, quienes los utilizarán como medio para reducir su propia huella de carbono. Agoro pagará al agricultor por este crédito de carbono de la misma manera que se les paga por los cultivos que producen. Llamemos a esto el nuevo cultivo de carbono. Agoro también ayudará con el apoyo agronómico durante los primeros años de transición, cuando pueden ocurrir problemas agronómicos y cuando los productores pueden optar a volver a las prácticas anteriores a menos que tengan el soporte de técnicos experimentados”.

“Las subvenciones a la agricultura por sí solas, o los créditos de carbono por sí solos, no serán suficientes para incentivar a los productores a cambiar a gran escala”, señala Rosenberg, “pero en los mercados donde puedan complementarse entre sí de manera efectiva se generará un poderoso incentivo combinado que probablemente animará a muchos agricultores a iniciar los cambios necesarios”.

Tal y como se ha anunciado, la Comisión Europea tiene previsto presentar a finales de 2022 una propuesta de marco regulatorio para la certificación de la eliminación de carbono. El organismo considera esta futura normativa necesaria para garantizar la credibilidad sobre la eliminación de carbono, algo de suma importancia para la consecución del objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono en 2050. “Considero una decisión política muy importante que desde Agoro Carbon Alliance acogemos con satisfacción”, apunta su Managing Director Europe. “Tener una certificación de referencia estandarizada europea para créditos de carbono agrícolas basada en criterios de calidad claros significa que los compradores de los créditos sabrán exactamente lo que están comprando. Esto eliminará la incertidumbre del sistema e impulsará los precios al alza. Que los precios de compra para los créditos de carbono cualificados sean más altos también significa que se puede pagar más a los productores por el secuestro de carbono que realizan. Es de esperar que esto sea todo lo contrario de lo que hemos visto en otros mercados sin una estandarización clara”.

La experta en asuntos comunitarios y diputada en el Parlamento Europeo entre 2002 y 2019 Esther Herranz se muestra más crítica a este respecto: “Esto llega justo en un momento en el que la reforma de la PAC ya se ha aprobado, y por lo tanto se queda fuera de su periodo de programación, que a fin de cuentas es de siete años, y es un momento crítico, además, para el sector en el que muchísimas explotaciones están desapareciendo. Le veo un segundo problema: esto es muy rentable y muy aceptable para la Europa mediterránea, pero no veo la misma preocupación en la Europa continental ni en la Europa del norte. Por tanto, para defender un esfuerzo legislativo y de reconocimiento por parte de la Comisión Europea a este magnífico sistema creo que hay que empezar por una tarea de concienciación, información y sensibilización de la Europa continental y de la Europa del norte”. Herranz se queja también de poca “sensibilización” por parte de los ‘verdes’ y las ONG ambientalistas.

“Siempre va a haber controversia hasta que todos estemos embarcados en este barco común que es la transición de un modelo agrícola a otro”, comenta Esperanza Orellana. “Las sensibilidades agrícolas en el norte y en el sur nunca han sido iguales […] Las cosas hay que trabajarlas, hablarlas y, sobre todo, técnicamente, tener los instrumentos para ponerlos en marcha”.

El pasado 15 de diciembre se celebró en la sede de la Comisión Europea en Madrid una nueva tertulia Agrícola Café bajo el epígrafe ‘Descarbonización: ¿Una oportunidad para rentabilizar nuestra agricultura?’ en la que se debatió sobre los procesos de fijación de carbono como una de las principales preocupaciones del sector agroalimentario y sobre las posibilidades que los fondos obtenidos mediante las subvenciones y las iniciativas privadas de créditos de carbono ofrecen al agricultor para rentabilizar el cambio de una agricultura tradicional a una agricultura de conservación. Dicho evento, que clausuró la directora de la Representación de la Comisión Europea en España, María Ángeles Benítez, supuso además el prelanzamiento de Agoro Carbon Alliance en nuestro país.

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