22/06/2022
Tenemos menos explotaciones (bajamos un 7,6%, hasta las 914.871); hay más superficie agrícola (23,9 millones de hectáreas cultivadas en toda España) y nuestras explotaciones son más grandes, ya que la superficie media por explotación sube un 7,4% (26,37 hectáreas de media).
Si hablamos de mano de obra, baja proporcionalmente el trabajo de los titulares de explotación y sus familias un 53% mientras sube un 30% la mano de obra asalariada.
Por lo tanto, tenemos explotaciones más grandes y menos familiares. Afortunadamente, no todas son malas noticias; el dato del número de mujeres al cargo de una explotación agraria es positivo, ya que este valor sube un 20% desde el censo de 2009.
Pero un dato inquieta por encima de los otros: el relevo generacional. La edad media de los jefes de explotación es de 61,41 años, un 67% de ellos tienen más de 55 años y un 40% más de 65 años. ¿Quién llevará a cabo los cambios estructurales que requiere nuestro sector agroalimentario si no hay renuevo?
El relevo de los jóvenes en el campo pasa por muchos factores, pero el primero es la rentabilidad de la actividad agraria, que ahora no pasa precisamente por su mejor momento, siendo generosos en la definición. Sin rentabilidad, serán pocos los jóvenes que vean en el campo salidas profesionales de futuro.
Resumiendo, el censo nos mostraba explotaciones más grandes y menos familiares, a lo que hay que añadir que además serán cada vez más avanzadas tecnológicamente. La “cosecha de datos” con la que tomar decisiones de gestión es algo cada vez más importante en ellas, pero la tecnología cuesta dinero, mucho dinero. Aquí es donde entran los grandes grupos de inversión, empresas que cuentan con capacidad para invertir en tecnología y tierras y, a la vez, músculo financiero que permite aguantar a las explotaciones que gestionan los años duros. Esta capacidad económica les permite seguir avanzando en el aumento del tamaño de las explotaciones, acumulando tierras, un recurso limitado.
La pregunta es: ¿queremos que el de los fondos de inversión sea el modelo preferente de nuestra agricultura? Personalmente, lo que le está ocurriendo a nuestro sector agrario me recuerda mucho a lo que ocurre con las comunidades de vecinos de renta antigua del centro de una gran ciudad. Hace unos años surgió un término para definirlo: gentrificación. Este es un proceso por el cual los habitantes de los barrios degradados del centro terminan siendo reemplazados por una nueva población con mayor poder adquisitivo.
La gentrificación tiene varias etapas: abandono del barrio, estigmatización, regeneración y mercantilización. ¿Nos suena?
Hay y habrá necesidad de producir alimentos en un futuro, eso está claro. La globalización alimentaria parece que remite y el autoabastecimiento nacional empieza a recuperarse como concepto válido.
Hoy en día, desde el sector agrario reclamamos normativas para evitar posiciones de dominio y abusos, solicitamos apoyo y financiación para mantener a la gente en el campo y que nuestras zonas rurales no se sigan vaciando. Pero, por hacer algo de autocrítica, ¿qué estamos dispuestos a ofrecer nosotros? ¿Seremos capaces, por ejemplo, de unirnos más para avanzar? Tenemos herramientas como el cooperativismo que aún tiene mucho recorrido en España frente al norte de Europa, pero nuestro “individualismo atávico” hace este camino difícil.
Pues bien, la elección es sencilla, o reformamos el campo o alguien lo reformará por nosotros. Y es posible que no nos guste cómo quede la reforma.