04/05/2020
Desde el origen de los tiempos los seres vivos han experimentado un continuo proceso de modificación, bien de forma espontánea, por necesidades evolutivas o mero accidente, o bien de forma premeditada, por intervención humana. En el caso de la producción agrícola, las personas han ido seleccionando y adaptando las características de numerosas plantas a sus necesidades. “El ser humano ha ido poco a poco domesticando a los vegetales, a través de hibridaciones, cruces, injertos... para seleccionar las variedades que más le interesaban. Esta tarea es connatural a la agricultura y permite que a lo largo de los siglos hayamos mejorado los productos agrícolas que comemos”, señala la directora de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (Anove), Elena Sáenz.
Esa labor de mejora vegetal se puede definir, según Sáenz, “como el sistema de cruzamiento y selección genética de plantas para el desarrollo de nuevos cultivos estables de mayor calidad y rendimiento y que respondan a las exigencias del mercado”. En palabras de Soledad de Juan, ingeniera agrónoma y directora gerente de la Fundación para la Aplicación de Nuevas Tecnologías en la Agricultura, el Medio Ambiente y la Alimentación (Fundación Antama), la mejora genética vegetal “es una disciplina cuya finalidad es la obtención de variedades vegetales mejoradas respecto a las ya existentes”. Esta práctica permite “ir seleccionando aquellas plantas que mejor se adaptan a nuestras necesidades, a crecer en nuestros suelos, a las diferentes situaciones meteorológicas, a las plagas o enfermedades que las atacan o a los diferentes cambios bióticos o abióticos que se presenten”.
Del injerto a la biotecnología
Con el paso de los años, los métodos utilizados para poner en práctica el concepto de mejora vegetal han variado de forma sustancial, a medida que lo hacía el conocimiento científico, desde las herramientas convencionales de cruzamiento e hibridación interespecífica hasta las técnicas modernas utilizadas en ingeniería genética o biotecnología. Estas son “algunas de las herramientas que se utilizan de forma habitual en los programas de mejora” y la elección de un método u otro dependerá “de las características de las especies a mejorar, así como de los recursos humanos y económicos disponibles”, indica Elena Sáenz.
Las prácticas convencionales de mejora vegetal se han venido aplicando desde el origen de la agricultura, aunque no siempre desde una mentalidad científica. “Tradicionalmente, los agricultores han seleccionado las variedades vegetales que más les interesaban: plantas más productivas, frutos con más sabor.
Sin embargo, lo que muchas veces no sabían es que en realidad estaban seleccionando modificaciones genéticas aleatorias (llamadas mutaciones) que eran las verdaderas causantes de las características de interés”, apunta Da-niel García, biotecnólogo, estudiante de Doctorado y divulgador científico a través del proyecto @SoyBiotec. Así, desde el inicio de la actividad agrícola hasta nuestros días, los agricultores han llevado a cabo la mejora vegetal “por simple selección de las mejores plantas en sus cultivos”, apunta Soledad de Juan. “Más adelante -continúa-, agrónomos y científicos, aplicaron el conocimiento científico, la selección de plantas con características interesantes y el cruza-miento entre variedades, para obtener nuevas variedades más productivas, y de mejor adaptación. Este es, aún, el método más utilizado en el desarrollo de nuevas variedades en infinidad de especies vegetales”.
El cambio en las últimas décadas ha sido exponencial, con la aparición, en la segunda mitad del siglo XX, de “otras técnicas de mejora con el desarrollo de la mutagénesis y la transgénesis”, añade Soledad de Juan. Sobre este punto incide Daniel García: “Con el desarrollo del conocimiento científico en ingeniería genética, comenzaron a aplicarse una serie de técnicas que permitían obtener nuevas características al manipular ‘a sabiendas’ el material genético de las plantas. Las primeras técnicas utilizadas consistían en acelerar la producción de mutaciones de manera aleatoria y esperar que alguna de esas mutaciones diera lugar a una característica de interés”, lo que se conoce como “mutagénesis”. Con el desarrollo de la biotecnología, continúa García, “aparecieron otras técnicas más avanzadas y específicas”, que permitieron que los científicos, en vez de producir modificaciones al azar, empezasen “a modificar genes concretos para mejorar diferentes características vegetales (productividad, sabor, color) o incluso a añadir genes de otras variedades o especies para transferir características conocidas de una variedad a otra”. Estos avances se conocen como nuevas técnicas de mejora genética o New Plant Breeding Techniques."Las nuevas técnicas de edición genómica abren un increíble abanico de posibilidades, en general, en todos los ámbitos de nuestra vida, pero en particular, en la mejora genética de las plantas”, afirma Soledad de Juan.
De la mutagénesis aleatoria a la dirigida
Si preguntamos por técnicas punteras, hay unanimidad entre las fuentes consultadas al señalar CRISPR, el acrónimo de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, en español, Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas, unas secuencias de ADN bacterianas en las que se basa el método de edición genética CRISPR/Cas, CRISPR/Cas9 o simplemente CRISPR. “También conocida como ‘tijeras genéticas’, CRISPR constituye una herramienta molecular que permite editar o modificar el genoma de las células. Se trata de una tecnología que presenta una simplicidad de diseño importante y con una precisión nunca antes imaginable”, señala Soledad de Juan, para quien “su precisión, versatilidad y alta eficiencia” hacen de esta técnica “una herramienta indispensable para la comunidad científica y fundamental también frente al gran reto alimentario que afrontamos”.
“CRISPR/Cas9 consiste en modificar el propio ADN del organismo ayudándose de unas enzimas de origen bacteriano”, afirma José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y autor del libro Transgénicos sin miedo. Esta herramienta, añade, “se ha refinado con el Prime editing, que es una técnica que reduce las mutaciones que el CRISPR/Cas9 podría inducir fuera de la diana. Y también está la técnica del Gene Drive, que sirve para propagar un gen determinado en una población y que es muy útil para el control de plagas”.
Por su parte, Elena Sáenz, la define como “una técnica de edición genética para lograr mutaciones y, por tanto, variedades -en nuestro caso variedades vegetales-, pero actuando sobre el propio genoma con una técnica que consiste en cortar y pegar. Se parece mucho más a los pequeños cambios que ocurren en la naturaleza o a la mutagénesis que viene realizándose desde los años 50”, pero de una forma “mucho más precisa y controlada”. Es decir, aclara, “CRISPR permite algo muy importante: controlar la mutación concreta que se desea obtener. En la mutagénesis aleatoria (que es la tradicional que se ha hecho desde hace miles de años hasta la actualidad) se desconoce cuál va a ser el resultado que se va a conseguir”; con esta técnica, sin embargo, “se introduce una única mutación, la que se quiere hacer, de modo que los resultados quedan así perfectamente controlados”.
Al hablar de CRISPR/Cas, Daniel García destaca que “ha dejado obsoletas las técnicas anteriores. Estos métodos de edición genética consisten en producir un corte en un gen específico para hacer que deje de funcionar, o para luego ‘pegar’ una variante de ese gen que pro-duce una característica de interés. La principal diferencia entre las técnicas anteriores (nucleasas de dedos de Zinc y nucleasas TALEN) y CRISPR/Cas, es que esta última tecnología consigue dirigir a nuestras tijeras moleculares gracias a una molécula de ARN, lo que aumenta enormemente la especificidad de la técnica y, por tanto, la facilidad y seguridad con la que se obtienen las variedades deseadas”. Para la directora de Anove, esta técnica “es una revolución científica: la efectividad, rapidez y sencillez con la que es posible mejorar el componente genético ha levantado grandes expectativas, no solo en la biología molecular relacionada con la agricultura y la ganadería sino también en biomedicina”.
Edición no es transgénesis
Una confusión habitual entre los no iniciados en este tipo de tecnologías es creer que todo organismo genética-mente modificado es un transgénico. Sin embargo, tal y como señala José Miguel Mulet, no es así: “Las nuevas técnicas de mejora genética tienen en común que, a diferencia de los transgénicos, no es necesario incluir ADN de otra especie, sino que los cambios los hacemos sobre el propio ADN del organismo, por lo que el resultado no entraría dentro de la definición de transgénico, que implica la transferencia de ADN de un organismo a otro”.
Profundizando en la definición de transgénico, Daniel García aclara que “es un organismo al que se ha introducido un gen de otra especie: por ejemplo, un gen de la cebada en una planta de trigo. También existen los organismos cisgénicos, a los que se ha introducido un gen de otra variedad distinta: por ejemplo, una variedad de tomate comercial muy productiva a la que se ha introducido un gen de una variedad local conocida por su gran sabor”. En cambio, “la edición genética no introduce ADN externo de una especie distinta, sino que se limita a modificar o eliminar genes que ya se encuentran en el material genético de la planta de interés”. En palabras de Soledad de Juan, “cuando editamos no estamos trasladando genes, lo que estamos haciendo es alterar la secuencia de una forma determinada, pero no trasladar o insertar ningún gen”.
En cualquier caso, señala Daniel García, “esto no hace mejor ni peor a ninguna de las dos tecnologías. Los transgénicos y los organismos editados genéticamente son dos maneras diferentes de hacer mejora vegetal y han demostrado ser seguras y muy útiles”.
¿En qué beneficia a la agricultura?
A la hora de definir las ventajas que la mejora genética vegetal puede aportar, tanto la directora gerente de Fundación Antama como la directora de Anove coinciden en calificar esta actividad de “imprescindible” para la agricultura y, por tanto, para la alimentación. “Permite cultivar plantas adaptadas a nuestras condiciones, obtener mayores rendimientos y respetar al máximo el medio natural en el que crecen”, afirma Soledad de Juan.
Esta actividad, “desarrollada por los obtentores”, apunta Elena Sáenz, “consigue mejorar las actuales variedades vegetales y crear otras nuevas por medio de la investigación genética”. Como beneficios principales, Sáenz señala, entre otros, la mejora de “la oferta que se pone al alcance de los consumidores finales, con productos con absoluta garantía de calidad y saludables, a precios asequibles, pero también con nuevas presentaciones”; el cuidado y protección del entorno medioambiental, además del incremento de la biodiversidad, al proporcionar nuevas variedades vegetales; la reducción de costes productivos o su utilidad a la hora de “resolver problemas como enfermedades, plagas, escasez de agua u otras limitaciones del entorno”, así como en la “optimización de los procesos de producción de la industria agroalimentaria”.
Según datos aportados por la directora de Anove, gracias a la mejora genética vegetal “la producción de trigo ha aumentado un 15% anual, lo que supone 22 millones de toneladas más. Al mismo tiempo, el precio del pan ha podido disminuir un 7%”. Otros ejemplos serían las patatas, cuya producción “ha crecido 1,7 millones de toneladas al año”, con “un 7% menos en el precio”, y el girasol, en el que “la mejora vegetal de los últimos 15 años ha aumentado la producción en un 33% y ha reducido los precios en un 8%”.
Teniendo en cuenta los beneficios descritos, cabe preguntarse el por qué del temor, en ocasiones acompañado de rechazo, hacia las técnicas modernas de mejora genética. Para Soledad de Juan, “son muchas las falsedades que se han dicho respecto a la mejora vegetal y muy especialmente contra las semillas transgénicas. Es importante incidir en que el rechazo a la mejora genética aparece en el campo de la agricultura y la ganadería, pero no en el resto de ámbitos de nuestra vida. Esto es algo absolutamente incongruente y sin ningún sentido ya que, por cuestiones con altas dosis de demagogia y con gran influencia política, Europa acepta la innovación y la tecnología en todos los sectores, menos en el agroalimentario. Y todo ello, a pesar de que organismos de la propia Unión Europea como la EFSA han confirmado, por activa y por pasiva, que no existe riesgo en su utilización”.
También la directora de Anove coincide en que el miedo a la mejora genética “es totalmente infundado” y así lo demuestran “los más de 20 años de cultivo de estas variedades en todo el mundo”. Elena Sáenz remarca que “los cultivos MG evaluados desde el punto de vista de la seguridad son, como mínimo, igual de seguros que los cultivos mejorados de manera convencional” y esto es algo en lo que todas las organizaciones cien-tíficas representativas, “las Academias Europeas de las Ciencias, la Organización Mundial de la Salud, la Comisión Europea y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria”, están de acuerdo. En opinión de Daniel García, la clave de este miedo estaría en el desconocimiento: “Creo que no contamos con la suficiente cultura científica para entender cómo funciona la mejora genética y, por tanto, es muy fácil que la gente subestime sus beneficios y sobreestime sus riesgos. Es una tecnología, como otra cualquiera. Y es nueva. Eso produce temor, incertidumbre. Y como la legislación también está obsoleta, deja un mal sabor de boca”. Sin embargo, “desde un punto de vista científico, ese temor no está justificado”.
Marco legislativo actual
Partiendo de la base de que no es lo mismo la transgénesis que la mejora genética y de que las variedades obtenidas mediante estas tecnologías son seguras, nos encontramos con una situación legislativa paradójica. En la actualidad, Europa carece de una normativa específica sobre edición genética y, atendiendo a una sentencia de 2018 del Tribunal de Justicia de la UE, da el mismo trato a los organismos obtenidos con esta tecnología que a los transgénicos, “algo que desde el punto de vista científico”, afirma José Miguel Mulet, “no deja de ser una barbaridad”.
La directora gerente de Antama, Soledad de Juan, especifica cuál es la actual normativa: “En la Unión Europea la autorización para cultivo o importación de semillas modificadas genéticamente se rige por la Directiva 2001/18. (...) A raíz de la sentencia de su Tribunal de Justicia (Cuestión Prejudicial C-528/16 sobre mutagénesis dirigida) se dictaminó que los organismos obtenidos mediante mutagénesis constituyen un organismo modificado genéticamente (OMG) y están sujetos en principio a las obligaciones establecidas en la Directiva sobre los OMGs”. Una decisión ampliamente criticada desde la comunidad científica e incluso desde muchos Estados miembros, que han pedido una actualización urgente de la normativa. El propio Ministerio español de Agricultura, Pesca y Alimentación solicitó a la Comisión Europea una revisión y modernización de la política biotecnológica comunitaria.
A este respecto, Elena Sáenz se muestra contundente: “En el caso de las técnicas CRISPR y similares, la Unión Europea, en lugar de legislar sobre la base del conocimiento científico, está evitando tomar una decisión política y ha dejado el asunto en manos de un tribunal que lo único que puede hacer es interpretar las leyes. Pero, además -incide-, la Directiva Europea sobre OMG data de 2001 y a su vez está basada en prácticas, conocimientos y decisiones de los años 90”. La directora de Anove alerta de las graves consecuencias: “Esta decisión desbarata años de investigación y sitúa a Europa en inferioridad de condiciones con respecto a la investigación que se está llevando a cabo en otros países como EE.UU., Canadá, Rusia, Japón, Argentina o Australia, donde la técnica CRISPR se aplica y no se equipara a los transgénicos”.
Europa importa, pero apenas cultiva.
Atendiendo a la citada legislación vi-gente, en la actualidad solo es posible cultivar en la UE una variedad transgénica, el denominado maíz MON-810 o maíz Bt. “Solo podemos sembrar una variedad transgénica en Europa, pero importamos más de 100, lo cual deja a nuestros agricultores en franca desventaja”, lamenta José Miguel Mulet. “Existen otras muchas variedades en estudio por parte de las autoridades -indica la directora de Anove-, pero nunca llegan a ser aprobadas, lo cual supone pérdidas millonarias para las empresas, ya que no solo han tenido que trabajar en el desarrollo de la variedad sino en los costosos y laboriosos análisis que son necesarios presentar para su posible aprobación”. Para cultivar transgénicos en el Viejo Continente, indica Daniel García, es necesario superar “un sinfín de controles de seguridad desmesurados, que hacen que la rentabilidad de dedicarse a la mejora vegetal caiga en picado. Es mucho más rentable irse a EE.UU. o Brasil y cultivar mis plantas GM allí para luego vendérselas a Europa, porque esos países “ya han dado el visto bueno a esos OGM, así que entran a Europa con facilidad evitando una doble imposición”.
Una situación que para la directora gerente de Antama es “absolutamente ilógica y con unas consecuencias claras: deja al sector productor en clara desventaja frente a competidores de otros rincones del mundo que sí tienen acceso a nuevas modificaciones genéticas aparecidas gracias a esta tecnología, a la biotecnología agraria. Estamos, por tanto, maltratando el presente de nuestros productores y comprometiendo mortalmente su futuro, ya que la única herramienta que se les permite usar data de 1998, mientras que los agricultores de otras partes del mundo emplean variedades con tecnología de 2020”. Ante esta situación, el escenario deseado en un futuro próximo sería, para Daniel García, “que exista un apoyo real desde las instituciones a la ciencia, y que esto permita renovar la legislación sobre OGM a nivel europeo y, de esta forma, todas las investigaciones españolas enfocadas a la obtención de nuevas variedades (el trigo sin gluten en Córdoba, las variedades de tomate en Valencia son algunos ejemplos) puedan llegar a ser aprovechadas por los consumidores”. Todas las fuentes consultadas comparten el mismo anhelo de renovación normativa, que permita “contar con las mismas opciones que tienen en el resto de países fuera de la UE, de modo que sean los agricultores los que puedan elegir”, señala Elena Sáenz. Por su parte, Soledad de Juan, incide en la necesidad de “un marco normativo que nos permita avanzar y donde el criterio científico marque las directrices a seguir en la toma de decisiones. En ese caso, y solo en ese caso, seremos capaces de poner el conocimiento a trabajar en favor de una agricultura competitiva y sostenible”. Y el cambio, apuntan, debería llegar cuanto antes, ya que, como vaticina José Miguel Mulet, “si no hacemos algo rápido, el campo europeo seguirá perdiendo competitividad”. Si se pudiese comparar la actual situación con una fábula infantil, Europa sería una mezcla de elefante, tortuga y koala, por el tamaño de su burocracia, la lentitud de sus movimientos y el aletargamiento que merma su capacidad de reacción ante los cambios en el entorno. El resto de países que cuentan con políticas biotecnológicas más adaptadas a los tiempos que corren serían la liebre, que saca amplia ventaja a los animales más lentos. De la Administración comunitaria depende que la fábula acabe como la de Esopo, con la tortuga ganando la carrera a la liebre.