18/02/2020
El problema más importante que tiene el mundo rural en España es que vivimos en una sociedad de servicios y comunicación; su falta hace que la gente huya hacia las zonas donde sí los tienen, entendidos éstos como facilidades de vida. La población rural se localiza donde hay carreteras dignas y líneas de ferrocarril de cercanías. Al margen del transporte, lo mismo se repite con servicios como telecomunicaciones, comercio, sanidad, servicios sociales, etc. Este fenómeno se repite en provincias o comunidades autónomas; por tanto la población tiende a marcharse hacia los núcleos más importantes de cada provincia o de cada comunidad autónoma, incluso dentro de ese desierto demográfico que es España.
Las comunidades autónomas diseñan la estructura propia de expansión de estos servicios pretendiendo abastecer al máximo número de ciudadanos con el menor coste posible; así, las áreas más despobladas son las ultimas en recibir esos servicios, retroalimentándose el problema. Los servicios comerciales on line no abastecen a ciertas áreas, donde el acceso a la distribución por carretera es complicada, por no entrar en las áreas negras donde las redes de telecomunicación ni llegan. Consulten ustedes el Mapa del Ministerio de Educación, Culturaç y Deporte que muestra la estructura general de las redes y sus velocidades y entenderán lo que les digo. La revolución de internet es un cambio radical de vida; las administraciones públicas, los bancos, comercios, etc. han comenzado a sustituir sus servicios presenciales por los electrónicos; el teletrabajo o los estudios on line son impensables sin esa conexión de calidad y asegurar la red es difícil porque no es rentable para los operadores privados extender sus redes.
Las mejoras en infraestructuras de transporte rural deberían atenderse y se deberían potenciar servicios públicos subsidiarios de transporte de mercancías para cubrir las áreas donde las operadoras privadas no ven rentables los servicios, por eso aplaudo la iniciativa Correos Market y su hashtag #YoMeQuedo, que apoya al comercio local, aunque esté situado en áreas de difícil accesibilidad. Por supuesto debería replantearse un servicio público subsidiario de acceso a internet en áreas desabastecidas por los operadores privados para reducir las áreas negras.
Hay un segundo gran problema: el cultural. En otros países europeos, como Francia o Alemania, los pueblos han evolucionado sus servicios; en la España interior no han evolucionado como lo han hecho los núcleos de tamaño medio o grande. Además, el sector primario ha sido denostado y esto ha traído una pésima imagen del trabajo en el campo. Estamos en la “agricultura de precisión” y lamentablemente esas mejoras técnicas no se han traducido en la incorporación de jóvenes al sector. Esto es debido a factores diversos como la rentabilidad de los cultivos, la falta de inversiones en regadíos, el comercio internacional, etc. pero también a la falta de interés de formar a las generaciones jóvenes en las ventajas del mundo rural. En España, los libros de texto de la ESO no hablan del sector y su entorno de manera positiva y atractiva; no se conoce el papel del mundo rural en nuestra economía, medioambiente, alimentación y sociedad.
Un tercer problema es la vivienda. Desde la óptica urbanita, el campo es ese lugar al que vamos a encontrar una vida más calmada y mantenemos casas preparadas y cerradas. Esto hace que el precio de la vivienda en el mundo rural sea inasumible para familias jóvenes. Las administraciones no construyen vivienda social rural porque no encuentran demanda suficiente, ni hay ayudas para los ocupantes de la vivienda rural como residencia habitual aunque, paradójicamente, sí la hay para la transformación de edificios en hoteles o casas rurales.
Como solución a todos los problemas descritos aporto una idea: ¿qué pasaría si rebajásemos de manera sustanciosa el IRPF a los vecinos de los municipios de menos de 100 habitantes por el papel que desarrollan en la lucha del reto demográfico y la despoblación? Pero a los que viven de verdad allá, no a aquellos que desarrollan su actividad en el mundo rural desplazándose a diario desde zonas urbanas. Los alcaldes de los municipios podrían atestiguar quienes vivieran de facto allá y bonificar los impuestos sería un acicate valiosísimo.
Así el emprendimiento rural, que sobre el papel está muy reconocido, tiene barreras invisibles que lo dificultan enormemente, saldría adelante con mayor facilidad.