Vuelve el disputado voto del señor Cayo

21/12/2021

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo de Grupo Editorial Agrícola

Últimamente no hay día que no nos encontremos en los medios de comunicación con el término "España vaciada" o "España vacía" usado como forma de referirnos a las zonas que cuentan con bajas densidades de población fruto de las emigraciones masivas que se produjeron durante los años 1950 y 1960.


Si una imagen vale más que mil palabras, basta con ver una foto de España de noche para tomar conciencia de la gran superficie que supone este territorio olvidado en inversiones y servicios (alrededor del 90% del territorio total español). Una pista: las luces están en las zonas de costa y las grandes metrópolis.

Porque la España vaciada podría ser también definida como la España apagada. Apagada de los necesarios servicios públicos básicos equivalentes a los ofrecidos en las ciudades como son atención médica, educación u ocio, suficientes para conseguir no ya que la gente regrese a los pueblos, sino que los que están no se quieran ir.

Y eso sin llegar a mencionar el manido acceso a internet de calidad, que si bien es cierto que puede influir decisivamente en todos los puntos anteriores, no lo es todo.

La realidad que nos encontramos es que gran parte de los habitantes de nuestro medio rural se sienten en gran medida discriminados o no tenidos en cuenta por los poderes públicos, y  el mensaje que reciben es que solamente tienen un momento en el que son mínimamente escuchados: las elecciones.

Por otra parte nuestro sistema electoral se rige por la famosa Ley D'Hondt, a la que se le suele achacar una pega o una virtud (según quién lo exponga): la sobrerrepresentación​ de los territorios menos poblados.

¿Qué ocurre si sumamos ambas circunstancias? Que en un entorno muy igualado de escaños, el medio rural se convierte en un entorno decisivo para el poder político.

Nuestros partidos políticos han sido los más rápidos en darse cuenta de ello con su virtuoso equilibrio entre una sutil demagogia y la elaboración de propuestas que ayuden a solventar las necesidades reales del medio rural.

No todo es educación o sanidad, como mencionábamos antes. El medio rural es muy diferente al urbano porque en él permanece gran parte de nuestro legado cultural, de conocimientos y tradiciones que el habitante urbano medio ha olvidado o rechaza... y ahí se ha puesto el foco electoral.

Me ha venido a la cabeza uno de los grandes libros de Miguel Delibes, "El disputado voto del Sr. Cayo", una novela con más de cuarenta años de historia que sigue de total actualidad. En ella se muestran dos formas de ver el mundo, bueno, dos mundos (el rural y el urbano) que conviven de espaldas a sus realidades pero que están destinados a entenderse porque el uno sin el otro están destinados a la desaparición: el medio rural no tendrá futuro sin tecnificación ni el urbano sin la producción de alimentos.

Hoy en día el medio rural vuelve a ser un caladero de votos y de promesas electorales, pero no olvidemos que también existe menos inocencia respecto a la política que al inicio de la Transición y quizás una mayor polarización ideológica.

Los habitantes del medio rural requieren que se les comprenda, se les acompañe, se les den soluciones a sus problemas pero quizás también que se le digan las cosas claras, lo que se puede y lo que no se puede hacer.

Si ahondamos en la demagogia solamente se creará más desapego y frustración.

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