11/01/2017
Por Belén Toledo ~ Periodista agroalimentaria
Estamos en 2050. El cambio climático ya no es una predicción científica que de cuando en cuando sale en los telediarios. Ahora se ha hecho realidad y sus efectos se cuentan a diario en la sección de meteorología de esos mismos informativos. Hace más calor, llueve menos y los eventos extremos (sequías, inundaciones e incendios) son más frecuentes. El agricultor de 2050 ve cómo las plantas crecen más rápido gracias al calor y a la concentración de CO2 en el aire, pero rinden menos por culpa de la falta de agua, la oxidación acelerada y la erosión del suelo.
Ante esta situación, ¿qué puede hacer el agricultor?
En primer lugar, aceptarlo. En palabras de José Miguel Mulet, profesor de biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, “el cambio climático existe; hay que hacerse a la idea, acostumbrarse”. En segundo lugar, intentar mitigarlo en lo posible. En tercer lugar, adaptarse. ¿Cómo? Con un amplio abanico de recetas que van desde un simple adelanto en la fecha de la siembra hasta un complejo proceso de creación de plantas para escenarios climáticos más duros.
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“Hay que evitar el catastrofismo”
En España, la región mediterránea será la más afectada por el cambio climático. La temperatura máxima aumentará entre 3 y 5 °C, según un informe de la Agencia Estatal de Meteorología de 2009. “Es probable que en verano el aumento de temperatura sea mayor y que aumente su duración”, aclara Margarita Ruiz Ramos, profesora del Ceigram. Las precipitaciones bajarán “en general un 10 ó 20%, pero puede llegar a una disminución de 50% en zonas semiáridas”, según del Prado. Ambos investigadores basan sus proyecciones en los datos que ofrece el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático).
El cambio mermará el rendimiento de las plantas. La parte buena es que “nadie se va a quedar de brazos cruzados. Con medidas de adaptación se puede mantener la productividad”, explica Ruiz Ramos. La investigadora explica que no hay una sola receta aplicable a todas las situaciones, se trata de jugar “con cambios en la variedad, en la fecha de siembra y en el manejo del agua, y llegar a la combinación óptima para cada localidad”.
Transgénicos, de momento solo en el laboratorio
La otra gran pata de la adaptación es la búsqueda de nuevas variedades. Hay que crear plantas que mantengan las características que dan a los productos su valor comercial el sabor, el aroma, la larga duración, etc.-, pero que al mismo tiempo resistan el estrés hídrico y el calor. Numerosos investigadores están ya ocupados en ello. El primer paso es encontrar los genes responsables de esa resistencia y una manera de hacerlo es buscar en la naturaleza.
Carlos Alonso Blanco, miembro del Centro Nacional de Biotecnología, se dedica a investigar una planta silvestre bastante común, la Arabidopsis thaliana, que es capaz de vivir en las zonas más húmedas del norte de España, y también en las más cálidas y secas del sur. Alonso se encarga de averiguar qué genes le permiten hacer esa adaptación. Esto facilita el trabajo de los investigadores que mejoran las plantas comerciales, porque saben qué gen tienen que buscar entre los cerca de 30.000 que forman su genoma.