08/05/2017
Ya han pasado 100 años desde que Antonio Machado publicara sus proverbios y cantares en “Campos de Castilla”.
Allí podemos encontrar su famosa mención a las dos Españas, una realidad muy presente en casi todos los ámbitos de nuestro día a día y que causa esa polarización que parece estar en nuestro ADN, que nos define, nos afecta y, por supuesto, nos limita.
A nivel agroalimentario, como procede en las páginas de “Agricultura”, este hecho lo encontramos en la forma en la que buscamos como país cuál debe ser nuestro modelo de producción.
Editorial escrito por Jesús López Colmenarejo.
Si analizamos 2016, estamos hablando de un año récord en exportación de productos agroalimentarios para España, con un valor total de 46.800 millones de euros. Buena parte de este éxito se debe a una buena estructura de costes de las empresas españolas que buscan los mercados exteriores. “Ahí fuera” no todo es lucir la imagen de producto de calidad que nos aporta la Unión Europea, ya que nuestros socios comunitarios también compiten.
Si tenemos únicamente en cuenta este dato, parece que la Marca España agroalimentaria debería seguir la senda de una agricultura intensiva y de gran dimensión. Y para conseguir una estructura de costes adecuada, lo queramos o no, debe pasar por una cadena de producción bien organizada y que trabaje “con la menor fricción” que sea posible.
Esta agricultura tecnificada, productiva y que maneje la economía de escalas también debe ser capaz de aportar volúmenes de producto lo suficientemente grandes y homogéneos para abastecer a mercados que esperan una calidad tipo reconocible.
Pero ¿es esta la única forma de éxito posible? Ciertamente no, ya que existen cada vez más casos de pequeños productores que defienden un concepto de calidad diferente, basada en cultivos de temporada y comercialización de proximidad, los famosos canales cortos.
Hasta aquí todo bien, dos modelos posibles (o más) como alternativa para el futuro de la agricultura… entonces ¿por qué hay quien se empeña en enfrentarlos e incluso hacerlos incompatibles?
Una lucha que lo único que provoca son daños internos
A la agricultura de gran escala se la etiqueta, de cara al consumidor, y por defecto, como medioambientalmente dañina o insostenible y a los alimentos producidos por ella (la gran mayoría de los que consumimos, por cierto) a menudo se les niega la presunción de ser sanos sin base científica ninguna.Por su parte, la agricultura de proximidad y temporada, cercana al consumidor, no tiene por qué ser antirrentable ni propia de recién llegados sin conocimiento del sector, entre otros tópicos que se le achacan.
¿Por qué no somos capaces de alcanzar ese punto medio de sensatez y ver que la agricultura tiene diferentes realidades? Es muy conocida la frase de Aristóteles, “la virtud está en el término medio”, aunque a veces parezca que quien mejor reflejó nuestra forma de actuar fuera Goya en su “Duelo a garrotazos”.
Estamos convencidos de que la agricultura con futuro deberá tener el foco en el consumidor, ya sea el que esté a la vuelta de la esquina o el que esté a 10.000 km de distancia.
También deberá ser una agricultura que produzca alimentos de calidad, en sus diferentes percepciones y, sobre todo, ahondando en el concepto del mes pasado, debe ser principalmente una agricultura profesional.
Esa lucha fraticida entre nuestras dos Agriculturas lo único que provoca son dudas en el consumidor.
Un consumidor que muchas veces no es consciente de que el campo ha cambiado mucho en estos últimos años, como nuestra sociedad.
Demonizar cualquiera de nuestras formas de producción solamente servirá para minar la confianza de ese consumidor en nuestro sector, y eso es precisamente contra lo que debemos luchar.