23/05/2022
Este es un tema importante, no cabe duda. Su importancia radica, por ejemplo, en sus implicaciones sobre el comercio mundial de materias primas como el maíz o la soja en un momento como el actual, marcado por la guerra de Ucrania. Pero legislar sobre edición genética en la UE no solo es importante, también es urgente. La legislación que hoy se aplica es la de los transgénicos de 2001 (el primer “asalto” del combate sobre OGM) y, aunque el bolero diga que “20 años no son nada”, en tecnología sí que lo son.
Entrar en la referida consulta me reafirma en mi creencia sobre que el concepto “consulta pública de la Comisión Europea” tiene más de querer preguntar que de querer escuchar. Lo digo porque el resumen en su enlace web es literalmente este: “Esta iniciativa propondrá un marco jurídico para las plantas obtenidas por mutagénesis y cisgénesis específicas y para sus productos alimenticios y forrajeros. Se basa en las conclusiones de un estudio de la Comisión sobre nuevas técnicas genómicas…”.
Mutagénesis, cisgénesis, genómica… Realmente, ¿qué porcentaje de ciudadanos europeos esperan que puedan opinar con criterio sobre estos temas?
Aún así parece que algo se está cociendo en este sentido. La propia consulta hace referencia al estudio llevado a cabo hace unos meses por la propia comisión sobre nuevas técnicas genómicas. Y me sorprende, ya que habla sobre el retraso en investigación e innovación que la UE lleva en edición génica frente a otras partes del mundo y deja caer que estas nuevas tecnologías tienen potencial para contribuir a crear o perfilar sistemas agroalimentarios sostenibles en línea con los objetivos del Pacto Verde Europeo.
En aras de la objetividad que se espera de una institución europea, en el mismo texto también se recalca la preocupación existente en la sociedad respecto al uso de estas tecnologías en materia de seguridad y medio ambiente y, como no podía ser de otra manera, se hace referencia al derecho de los consumidores a la información y la libertad de elección entre productos editados o sin editar.
Respecto a tiempos, esta revisión de la legislación sobre edición genética llega en un momento clave. La incertidumbre provocada por la situación en Ucrania afecta a los mercados mundiales de girasol o maíz. Este último cultivo es mayoritariamente OGM en terceros países, por lo que, si queremos importar maíz y ser coherentes con la legislación, habrá que adaptarse.
No hay que perder tampoco de vista los efectos de cambio climático, que acarreará nuevas plagas y enfermedades en los cultivos. Cultivos que, por otra parte, no podrán utilizar tantos fertilizantes como hasta ahora por cuestiones medioambientales.
Esto lo han visto, por ejemplo, en EE. UU. El Instituto Tecnológico de Massachusetts está ya trabajando con un proyecto para transferir la capacidad de autofertilización de las leguminosas a los cereales. ¿Estarían estos cultivos permitidos en la UE? Con la legislación actual, no.
Pero es que con los niveles de intolerancia al gluten con los que contamos en nuestra sociedad, el trigo que reduce en un 85% el gluten del pan desarrollado por el Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba tampoco se puede comercializar en la UE, pero su patente ya se ejecuta fuera de las fronteras UE.
Como decía William Edwards Deming, estadístico estadounidense y difusor del concepto de calidad total, “el aprendizaje no es obligatorio. Tampoco lo es la supervivencia”. ¿Habrá aprendido la UE en estos 20 años?