03/06/2019
Al escribir estas líneas acabamos de terminar (posiblemente) un ciclo electoral intenso, plagado de acontecimientos políticos de lo más variado: mociones de censura, gobiernos en minoría con apoyos inestables, partidos políticos clásicos con líderes nuevos, partidos políticos nuevos con líderes más experimentados...y sobre todo extremos y bloques políticos.
Nuestra revista "Agricultura" se ha caracterizado en sus primeros 90 años de historia por no posicionarse políticamente, y quizás este hecho tenga algo que ver con nuestra longevidad. Nuestra empresa ha atravesado por los diferentes regímenes políticos que han dirigido España en su historia moderna, y desde esta independencia hemos sido conscientes de cómo quien nos gobierna (y cómo lo hace) afecta a nuestro sector agrario. Porque hasta ahora las decisiones políticas nos han influido de muchas formas. Me vienen a la cabeza, así, a "bote pronto" no ya solo la PAC, sino las diferentes legislaciones medioambientales, las ayudas a la integración cooperativa o a la comercialización o el desarrollo de regadíos. La política influye.
Pero hay una forma de influencia política a la que no estamos acostumbrados, la que podríamos denominar "indirecta" realizada por la presión social. La sociedad española actual es una sociedad que bien podría denominarse hipercomunicada y reivindicativa, una sociedad en la que muy frecuentemente el peso de los derechos eclipsa al de los deberes que tanto lastraron a las generaciones anteriores. Afortunadamente dejamos atrás la carestía de alimentos de épocas pasadas y las mesas de nuestras familias muestran, a grandes rasgos, variedad de alimentos accesibles económicamente para la mayor parte de los bolsillos y, sobre todo, más seguros que lo que nunca han sido.
Y esos alimentos no salen precisamente del aire, proceden de explotaciones y fábricas cada vez más tecnificadas y seguras. En las empresas agroalimentarias existen supervisión y controles oficiales que reducen al máximo fraudes y potenciales peligros para la salud de los consumidores como nunca antes ha habido. Queda mucho por mejorar, posiblemente, y como en todos lados, hay ovejas negras, pero el camino recorrido ha sido largo.
Sin embargo, paradójicamente, esa percepción no es precisamente la que tiene el consumidor medio, que vive muy ajeno a todo esto y la información que recibe no es siempre la más objetiva.
Como productores podemos caer en la tentación de pensar que esta desconexión del campo y la ciudad no nos afecta, que la ignorancia de nuestros consumidores no pertenece a la cadena alimentaria y a sus asimetrías de precios y márgenes que tan de cabeza nos traen, y que son "peccata minuta".
Pues bien, esos consumidores desinformados son los que con sus votos ponen en los gobiernos partidos políticos que condicionan nuestra actividad económica.
Siempre tendemos a pensar que un partido político va a defender mejor que otro los intereses del sector agrario directamente y por eso deberemos votarlo. Pero ¡ojo! la población agraria española no llega al 5%... ¿no sería más interesante evitar que el resto de la población se crea bulos y mitos?
Trabajar, "cultivar" ese 95% de sociedad no agraria va a dar más frutos que enrocarnos en mirarnos nuestro propio ombligo.