25/10/2021
Pueden ser de nueva introducción o cultivos tradicionales que han sido recuperados; autóctonos o exóticos; con más o menos exigencia de agua; hay cereales, hay frutas, hay hortalizas… Pero todos ellos cumplen un requisito doble: aportan un alto valor añadido que les dota de un gran interés tanto desde el punto de vista de la rentabilidad como desde el agronómico.
El término cultivo emergente “generalmente se refiere a nuevos cultivos, de reciente introducción, que responden a nuevas demandas u oportunidades comerciales. También se incluyen cultivos tradicionales abandonados que vuelven a ser atractivos para el mercado”, trasladan a Agricultura las presidentas de la Asociación Española de Economía Agroalimentaria (AEEA), Margarita Brugarolas y Eva Iglesias. “En todos los casos”, señalan, “se trata de buscar alternativas rentables y que se adapten adecuadamente al territorio”.
Desde las Islas Baleares, el director general de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural del Gobierno regional, Fernando Fernández, profundiza en la indagación de qué convierte en emergente o alternativo a un cultivo: “Pueden influir diversas características. Podemos encontrar cultivos de fuerte arraigo cultural o social que durante décadas tuvieron una consideración marginal o complementaria y que, por una razón o por otra, adquieren un nuevo valor derivado de nuevos usos o la obtención de nuevos productos derivados para el mismo, como el caso del algarrobo en las Islas Baleares. También podemos encontrar cultivos de variedades locales que fueron abandonadas por una menor productividad o un menor valor en el mercado, pero que, sin embargo, resurgen por una demanda creciente de ciertos segmentos del mercado que reclaman sabores tradicionales. Es el caso de la xeixa (variedad de trigo local muy rústica con la que se elaboraba tradicionalmente el pan pagés y que ve cómo se extiende su cultivo todos los años)”.
Una buena alternativa para el ‘bolsillo’ y el entorno
Existen varios factores que convierten al cultivo emergente en interesante para el agricultor. Obviamente, en primer lugar está el de la rentabilidad, pero desde el punto de vista agronómico la mayoría de cultivos que agrupamos bajo ese paraguas también ofrece un gran abanico de posibilidades (alta capacidad de adaptación a diversos tipos de suelos y climas, compatibilidad en la adaptación de su ciclo vegetativo a otros cultivos, no suelen ser excesivamente demandantes de insumos, etc.).
En cuanto a los beneficios para el ‘bolsillo’, “los cultivos emergentes pueden ofrecer una ventaja competitiva respecto a otros cultivos ya sea por su valor añadido, su fácil manejo, mayor demanda del mercado o incluso por complementar o impulsar otras actividades como el turismo rural, al favorecer paisajes pintorescos”, apuntan las presidentas de la AEEA.
Además, la introducción de cultivos emergentes permite una mejor adaptación al cambio climático. “La perspectiva agronómica y la rentabilidad van de la mano”, añaden. “Es un requisito imprescindible que el nuevo cultivo se adapte a las condiciones de clima y edafológicas y que sea de fácil manejo en la explotación. Cultivos con bajo uso de inputs (agua, fertilizantes, pesticidas) van a representar también una importante ventaja comparativa”.
No son pocos los que cumplen con todos esos requisitos. Brugarolas e Iglesias ponen el ejemplo de la lavanda como cultivo emergente que contribuye a la revitalización de entornos: “Además de obtener un producto valioso con aplicaciones en perfumería y cosmética, fundamentalmente, permite crear un paisaje singular que se puede explotar turísticamente”, como es el caso de la provincia de Guadalajara.
Cultivos “agotados comercialmente” hace un tiempo, como la naranja o el almendro –este ya recuperado–, fueron reemplazados por el caqui y por el “muy rentable pistacho”, respectivamente, apuntan.
Otros emergentes que reciben esa categorización por su carácter “exótico”, como el aguacate, “se están plantando en determinadas zonas donde son alternativas con un alto valor añadido: Granada, costa de Alicante o sur de Galicia”, prosiguen las presidentas de los economistas agrarios españoles. “Hay otros exóticos, como la pitahaya, el caviar cítrico, el kumquat o el kiwiberry, de nueva introducción en nuestro país, pero que se están ensayando con cierto éxito. También son destacables la trufa y la turma o trufa del desierto, que se puede adaptar a zonas más áridas”. Todos ellos “responden a un consumidor más exigente y que demanda productos nuevos. Los productores, a su vez, pueden obtener productos con alto valor añadido, aunque en ocasiones puede ser necesario aprender nuevas prácticas de cultivo o realizar ensayos para determinar su adaptación al territorio”, señalan.
La riqueza en propiedades nutricionales no es un factor menor. Cultivos procedentes de otras latitudes como la chía, la quinua, el amaranto o el teff han experimentado un impulso en nuestro país en los últimos años, “dando una respuesta a los consumidores que buscan productos saludables y de cercanía”.
Brugarolas e Iglesias destacan también el caso del trigo sarraceno, cultivo tradicional que se está volviendo a introducir años después de su abandono, y el de otros que desaparecieron de nuestro país, como la chumbera, y que “ahora, con nuevas técnicas, pueden ser adecuados a territorios cada vez más áridos”.
“En otros casos”, continúan, “hay cultivos que no tenían un enfoque comercial, como la algarroba, con propiedades funcionales por el garrofín, o el aloe vera, que puede tener aplicaciones cosméticas o más recientemente en alimentación, siempre y cuando se avance en la determinación de la toxicidad de la aloína”.
Conozcamos más a fondo alguno de estos ejemplos.
Algarroba
La algarroba o garrofa, de la que España es primer productor mundial, es el fruto que se obtiene del algarrobo (Ceratonia siliqua), cultivado en zonas costeras de la cuenca mediterránea. Tras un proceso industrial, la algarroba se trocea y de ella se obtienen dos productos: la pulpa (aproximadamente, el 90% del peso total del fruto) y la semilla (o garrofín, 10%), cuyas características y aplicaciones alimentarias son muy diferentes. La pulpa se ha utilizado tradicionalmente en alimentación animal. Su harina, obtenida mayoritariamente de la pulpa tostada, se está relanzando en la repostería y la cocina mediterránea y anglosajona, y también en la industria de las bebidas, licores y siropes, entre otros. Por su parte, de la semilla o garrofín, o más bien de su endospermo, una vez molido, se obtiene la ‘goma de garrofín’, empleado como un aditivo alimentario natural (E-410) para la producción de helados, sopas, salsas, quesos, pasteles de frutas, embutidos, confitería, productos de panadería y bollería, etc.
La producción de algarroba en España alcanza cifras que varían entre las 60.000 y las 80.000 toneladas anuales, y la superficie de cultivo regular llega a 40.000 ha, destacando la Comunidad Valenciana (44% del total), Islas Baleares (28%) y Cataluña (22%), seguidas a mucha distancia de Andalucía (4%) y Murcia (3%). Suelen ser pequeñas plantaciones de menos de 5 ha. Se dedican a ellas cerca de 41.500 agricultores en nuestro país.
Nos habla de ello el investigador Joan Tous, una eminencia en el sector de la algarroba, coordinador técnico de la asociación Empresas Innovadoras de la Garrofa (EIG), de la que forman parte productores, troceadores industriales y algunas compañías transformadoras de la goma de garrofín.
“La gran rusticidad del algarrobo, su adaptación a una agricultura "a tiempo parcial" en expansión, el incremento de la rentabilidad en las nuevas plantaciones debido a su elevada productividad, unido a las potenciales perspectivas comerciales y saludables de este fruto desecado, principalmente de la goma de garrofín (E-410), hacen que esta especie pueda ser considerada como una renovada alternativa de cultivo para determinados secanos y zonas con escasos recursos hídricos. Esta leguminosa arbórea puede tener también un papel medioambiental importante en la restauración de suelos y la mitigación del cambio climático en las comarcas del litoral mediterráneo”, sostiene Tous. “Al igual que lo ocurrido en otros cultivos leñosos (olivo, almendro, frutales, etc.), es importante acometer en el cultivo del algarrobo la reestructuración de las plantaciones tradicionales, favoreciendo otras más intensivas, mecanizables y con bajos costes”. El coordinador técnico de la EIG aborda la necesidad de “acometer un cambio varietal, con cultivares más productivos y que tengan frutos de buena relación pulpa/semilla, además de mejorar los diseños de polinización, para regularizar las cosechas, y de aumentar las densidades de plantación más acordes con la mecanización del cultivo”.
El futuro se presume en positivo para la algarroba, gracias, según Joan Tous, al trabajo de EIG y la creación en 2017 de un Grupo Operativo del Cultivo del Algarrobo (GOCA). Las actuales “buenas perspectivas comerciales” de la garrofa (algarroba, en catalán) pueden favorecer “el aumento de la producción española y fomentar la imagen positiva del cultivo del algarrobo en nuestro país y de los productos que de él se obtienen, incidiendo en aspectos relacionados con la biodiversidad, medioambiente, sostenibilidad, y salud, al tratarse de un fruto desecado que desde antiguo se ha utilizado en la dieta mediterránea”.
Jara
Otra eminencia, en este caso del estudio de la jara, es Pedro V. Mauri, director del Departamento de Investigación Agroambiental del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra) de la Comunidad de Madrid, que nos relata las características de este arbusto perenne del que España es, de nuevo, el país con mayor superficie del mundo: aproximadamente 2,5 millones de hectáreas, distribuidas sobre todo por la mitad meridional y occidental.
“Presenta la peculiaridad de que segrega una “oleorresina” susceptible de aprovechamiento por sus cualidades fijadoras en perfumería, además de aportar aromas a los perfumes y otras utilidades”, señala Mauri. El producto que se obtiene mayoritariamente (más del 97%) de la jara pringosa es la goma labdanum, de la que derivan el resinoide (extracto alcohólico de la goma, cuyo precio ronda los 60 euros/kg); el concreto (extracto con solvente de la goma); el absoluto (extracto alcohólico del concreto); y el labdanum oil (destilado por arrastre de vapor de la goma labdanum).
Según los cálculos del investigador del Imidra, se dedican al cultivo de la jara unos 50 productores en todo el país, que generan más de 600.000 kg/año de goma y unos 2.000 kg/año de aceite esencial. A la cabeza de la producción está Andalucía, sobre todo gracias a Huelva (368 kg/ha de goma a 3-6 euros/kg, aproximadamente), a Sevilla y, en menor medida, a Córdoba y Jaén, seguida de Extremadura.
Un cultivo ventajoso desde la óptica pecuniaria, a juzgar por los números: “Si estimamos una producción de 3.000 kg/ha de jara, que rinden 3 litros de aceite esencial (0,1%) a un precio de unos 500 euros/kg, la rentabilidad es de 1.500 euros/ha; la producción de goma supone 350 kg/ha (15% de rendimiento): a 3 euros/kg son 1350 euros/ha”, sostiene Pedro V. Mauri. “En comparación con otros cultivos de secano como cereales, proteaginosas, leguminosas u oleaginosas, vemos que puede tener mucha más rentabilidad”. Entre los subproductos valorizables del cultivo de jara pringosa tenemos desde polen y miel de jara, micorrizas o biomasa, hasta Cytinus hypocistis L., planta parásita con propiedades medicinales.
Pese a la necesidad de avanzar en investigaciones agronómicas sobre este cultivo, existe una larga lista de ventajas ya comprobadas. Mauri cita a Agricultura algunas como la no exigencia de riego o fertilizantes, el ahorro en pases de tractor y labores agrícolas; la inexistencia de enfermedades y plagas importantes; su aptitud para zonas marginales; la nula necesidad de fitosanitarios; o la posibilidad de compatibilizar con otros cultivos como el tomillo, cereales, etc. El representante del Imidra añade, asimismo, que el cultivo con cubierta vegetal, “dada la rusticidad de la jara”, permitiría, además del fomento de la biodiversidad en flora y fauna, la protección del suelo frente a la erosión.
Otro cultivo, por lo tanto, con un gran futuro por delante. “El horizonte de la jara lo definimos nosotros”, concluye Mauri.
Trufa
La codiciada trufa es otro de los cultivos que podemos agrupar en el catálogo de emergentes o alternativos. Sobre ella nos habla Simona Doñate, directora de Inotruf, empresa turolense dedicada a la producción de planta micorrizada con Tuber sp.
Lo primero que hay que saber es que se trata de un hongo ascomicetes con una relación simbiótica micorrícica con árboles sobre todo del género Quercus, como las encinas y los robles, aunque también con avellanos y coscojas. A través de su conexión con las raíces del árbol, el hongo le aporta nutrientes y el árbol le devuelve azúcares producidos en las hojas gracias a la fotosíntesis.
“Las características principales de la trufa son su aroma y su singularidad a la hora de desarrollarse, puesto que depende tanto de factores climáticos como de la orografía y estructura del suelo”, indica Doñate. Ese aroma característico y su sabor son realmente apreciados en los fogones. Su importancia gastronómica es de sobra conocida.
Se calcula que existen en nuestro país unas 150.000 ha de plantaciones de trufa, siendo la provincia de Teruel la más productora, así como las comarcas limítrofes de la provincia de Castellón.
“En Inotruf estamos produciendo en los últimos años alrededor de 150.000 plantas anuales inoculadas con Tuber melanosporum y con Tuber aestivum”, refiere su directora.
Según Doñate, el carácter rentable del cultivo de la trufa lo motiva el hecho de que “se cultiva en zonas donde no es posible obtener rendimientos de ningún otro cultivo; son zonas y suelos pobres en los que el campo no daba ni da los resultados esperados de otros cultivos, como en otras zonas”.
A la trufa española le queda cuerda para rato: “Teniendo en cuenta el año y medio de pandemia que llevamos con la COVID-19, el futuro para la trufa se ve muy próspero, puesto que en la campaña pasada se pudo vender toda la trufa producida pese a estar el mundo cerrado a todos los niveles, restauradores, pequeños comercios, grandes establecimientos, etc.”.
Camelina
No es la primera vez que hablamos de la camelina en estas páginas. Se trata de uno de los cultivos más emergentes, una oleaginosa de ciclo anual, perteneciente a la familia de las crucíferas.
El director técnico de Camelina Company SL, Aníbal Capuano, recuerda que se trata de una planta “poco exigente en insumos, de manejo sencillo, empleándose maquinaria convencional idéntica a la empleada en el cultivo de cereales de invierno”. Además, es de “fácil implantación” y con “buena tolerancia a las sequías y heladas, permitiendo así fechas de siembra más tardías”, “resistente a plagas y enfermedades” y “presenta un efecto alelopático, por lo que compite bien con malas hierbas”.
La superficie de camelina cultivada en nuestro país ronda las 4.000 hectáreas, a lo que Camelina Company suma “una experiencia de 50.000 hectáreas en los últimos 10 años”.
Castilla y León es la CC. AA. donde esta oleaginosa tiene mayor presencia, con siembras de unas 2.000 hectáreas todos los años. Son cerca de 250 los agricultores dedicados a la camelina (media de 15-20 hectáreas de superficie sembrada por productor).
También en este caso existe una serie de ventajas medioambientales que se traducen con el tiempo en una mayor rentabilidad para el productor. Capuano menciona la prevención de la erosión y recuperación de suelos degradados en zonas con elevado riesgo de desertificación; el aprovechamiento de nutrientes a profundidades de suelo mayores que las extraídas por cereales de invierno, evitando así su lixiviación; floración muy temprana, por lo que se considera una especie melífera que proporciona polen y néctar a polinizadores en un momento crítico de escasez, al inicio de la primavera; y que su rotación con cereales permite el empleo de materias activas distintas para el control de malas hierbas, plagas y enfermedades evitando así la generación de tolerancias/resitencias a algunos fitosanitarios.
¿Cuál es el techo de la camelina? “De momento, la compañía centra sus esfuerzos en la mejora genética para dar respuesta y solución a los requisitos de muchos agricultores que quieren sembrar el cultivo. En los próximos años esperamos seguir creciendo y consolidando regiones en las que el cultivo ya está implantado desde hace más de 5 años”, señala el director técnico de Camelina Company.
Kiwi rojo
Procedentes de China, las variedades amarilla y roja del kiwi están haciéndose un hueco en los lineales españoles. El kiwi rojo no es tan conocido como sus gemelos amarillo y verde, pero guarda en su interior agradables sorpresas a la vista y al gusto.
Para hablar de estas características, Agricultura ha contactado con Joaquín Rey, director comercial y de operaciones de Fruit Growing Quality, empresa que forma parte del consorcio internacional Okiwi y que es pionera en gestionar las nuevas variedades de kiwi de España y Portugal: el kiwi rojo, bajo el nombre comercial Rossy, y dos variedades de kiwi amarillo, Sunxy 01 y Sunxy 02.
El kiwi rojo es una fruta “más dulce, con sabor a frutos rojos, fresa, frambuesa y un toque a higo”, señala Rey. Posee, además, “un calibre más terciario” y es de “consumo unitario”. Llamativa a la vista, esta variedad posee una carne externa de color amarillo verdoso y un óvalo rojo oscuro o burdeos.
La producción de kiwi rojo en nuestro país se da mayoritariamente en la Comunidad Valenciana. Según la estimación de Joaquín Rey, se dedican a ello unos 15 agricultores aproximadamente en 30 hectáreas de cultivo.
“Al ser un producto exclusivo, solo hay dos consorcios con calidad suficiente en todo el mundo. Nosotros somos el único 100% español. La fruta es de alto valor gustativo y los precios de retorno a la inversión son altos”, puntualiza Rey, que también ejerce los cargos de presidente de la Asociación 5 al Día y miembro del comité ejecutivo de normalización de frutas y hortalizas de la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (AECOC).
Desde su compañía entienden “que el minifundio en el campo español está muy extendido. Necesitan de productos cuyo cultivo sea profesional y poco industrial y, al tener acotado el número de hectáreas a producir, la demanda siempre supera a la oferta y el valor medio del mercado se fija pensando siempre en el precio objetivo de liquidación más beneficioso para el productor asociado al consorcio de Fruit Growing Quality”.
Al kiwi rojo, al igual que al resto de los cultivos emergentes aquí descritos, le espera un futuro halagüeño: “El proyecto en los próximos cinco años es plantar 500 hectáreas teniendo en cuenta que no solo producimos para el consumo nacional sino también para el internacional”, concluye Rey.