25/01/2022
El Consejo de Ministros de Agricultura y Pesca de la Unión Europea celebrado en Bruselas el día 17 de enero llevó en el orden del día los problemas que el alza de los precios de los insumos está provocando en el campo europeo. Las cifras dan vértigo: “El índice de precios de los fertilizantes del Banco Mundial de noviembre de 2021 superó en un 165% el índice de noviembre de 2020. Los precios de los fertilizantes nitrogenados, en particular, están muy correlacionados con el precio del gas natural, que es la principal materia prima para la producción de amonio o urea. Según el Banco Mundial, en noviembre de 2021, el precio mundial de la urea y del fosfato diamónico aumentó un 268% y un 102% durante el año pasado, respectivamente. Los elevados precios de la energía, junto con la perturbación de las cadenas de suministro provocada por la COVID-19, han provocado un aumento de los costes de transporte y agravado las tensiones en los mercados de productos básicos”. Al mismo tiempo, el incremento de costes ha tirado con fuerza del precio de los alimentos, que el índice de precios de los alimentos de la FAO, estableció en un incremento del 27% interanual medido en noviembre del año pasado.
Cifras impresionantes que han pillado a todo el mundo con el paso cambiado. “No es que los políticos no lo tuvieran previsto, es que tampoco en el mundo académico lo habíamos visto llegar”. José Antonio Gómez-Limón, catedrático de Economía Financiera y Contabilidad en el Departamento de Economía Agraria de la Universidad de Córdoba, no duda en referirse a este fenómeno como una ola “haciendo el paralelismo con la pandemia”. Pero no de una ola como un acontecimiento aislado, sino como parte de una tendencia que se viene gestando desde hace tiempo: “Todos somos conscientes de que la población está aumentando. Más que eso, hay más seres humanos con poder adquisitivo en China e India que quieren comer carne, lo que está elevando la demanda de alimentos. Eso no es algo que pasa de un día para otro. La agricultura mundial está dando respuesta a esa subida de la demanda con más o con menos éxito. Eso se ha juntado con otro problema que nadie esperaba, la subida del precio de la energía. En un mercado que estaba muy al límite por este aumento de la demanda, esto ha desequilibrado todo”.
El coste de la energía se multiplica
Hace un año, el coste del gas natural en los mercados internacionales rondaba los 18 euros el megavatio hora. En agosto del año pasado superó los 40 dólares y ha empezado el año 2022 rozando los 100 euros, después de alcanzar picos de casi 180 a finales de mes de diciembre. La subida del gas ha tenido un efecto dominó sobre el coste de electricidad en países tan dependientes como España para alimentar las centrales de generación.
No obstante, el precio de la energía no venía solo. También hemos vivido una crisis de oferta en el mercado del transporte marítimo provocado por la recuperación del comercio mundial tras la fase más dura de la pandemia, a lo que hay que sumar el precio creciente de los combustibles, sin olvidar los desajustes que provocó el bloqueo del Canal de Suez en marzo de 2021. Todo ello disparó el coste de los fletes marítimos, que es el verdadero sistema circulatorio de la economía mundial. El precio de mover un contenedor alrededor del mundo se multiplicó, especialmente si tiene como origen o destino Asia, más en concreto China. El índice global de carga de contenedores Freightos Baltic Index (FBX) fijaba el precio del contenedor en enero de 2021 en unos 4.000 dólares. El nuevo año ha empezado por encima de los 9.500 dólares. Claro que si tiene su punto de partida en China y su destino en el Mediterráneo, supera los 13.500 dólares.
Para Gabriel Trenzado, técnico de Cooperativas Agro-alimentarias de España, la suma de estos factores desembocó en la tormenta perfecta: “Una situación en la que no solo hay una subida de precios exorbitada e histórica, es que hay escasez de materias primas. Eso viene marcado por la rotura de las cadenas logísticas mundiales. Llevamos meses con problemas en el transporte y eso impacta sobre el coste y la capacidad de abastecimiento y la especulación es mayor”. Y sus efectos hace tiempo que se dejaron notar en las explotaciones españolas. Juan José Álvarez, director general de ASAJA, repasa las subidas de precios que han podido constatar hasta el momento: “Según los últimos datos de los que disponemos, el precio de los fertilizantes ha subido en un año de un 239% a un 307%. En semillas, en torno a un 24%. En el caso de la energía, un 285%. En el gasóleo agrícola estamos en una subida de un 73%. En fitosanitarios, un 48%; en agua, un 35%, en los piensos, un 32%, en maquinaria entre un 18 y un 22%, plásticos, un 47%... Y luego, los costes salariales que estamos valorando con el incremento del salario mínimo interprofesional que ha afectado en un 30,3%”.
Fertilizantes por las nubes
Efectivamente, los fertilizantes tienen el dudoso honor de encabezar el ranking de producto más inflacionista en el campo español. Nada que extrañar en un producto que usa el gas natural como principal materia prima, “pudiendo llegar a representar alrededor del 80% de sus costes de producción”, confirman desde la Asociación Nacional de Fabricantes de Fertilizantes (ANFFE). “Los costes de las empresas españolas son muy superiores a los de sus competidores, especialmente de Rusia y de países del norte de África, siendo prácticamente imposible competir con ellos en condiciones de equidad. Además, la situación se ha visto agravada por el creciente aumento en los precios de la electricidad, teniendo en cuenta que se trata de una industria fuertemente intensiva en consumo eléctrico y en la que no hay perspectivas en el futuro próximo de que se vaya a retornar a los precios anteriores a estas fuertes subidas”.
En otros sectores menos dependientes del precio de la energía tienen sus propios problemas, es el caso de los productores de fitosanitarios. Carlos Palomar, director general de la Asociación Empresarial para la Protección de las Plantas (AEPLA) asegura que son menos dependientes, pero no inmunes a las turbulencias: “En nuestro caso, el mayor coste, en torno al 60%, es el registro del producto más que el coste de producirlo. Esto no va a cambiar porque suba el precio del gas natural o los fletes. Pero sí es cierto que determinadas sustancias activas están más afectadas que otras. Aquellas que se producen en China están sufriendo lo mismo, porque un contenedor ha triplicado su precio. Algunas de nuestras empresas ya no tienen una lista de precios para el año 2022 si no que la van actualizando cada mes. Y eso dependiendo del producto, porque si afectara a todos sería facilísimo. Un producto puede tener un precio estable, otra baja y otro más sube un 20%, un 100% o un 200%”.
El sector de la maquinaria, por su parte, se ve afectado por el encarecimiento de materias primas como el acero, el desabastecimiento de componentes electrónicos, además del alza en el precio del trasporte. Ignacio Ruiz, secretario general de la Asociación Nacional de Maquinaria Agropecuaria y Espacios Verdes (Ansemat) asegura que no todas las máquinas se ven afectadas en la misma medida, mucho más las importadas y las más tecnificadas: “Como no hay oferta de componentes, los precios han subido. Nos comentan que ya no es tanto el problema exclusivo de los chips, de la parte electrónica, sino que se ha empezado a complicar con otro tipo de proveedor. Empieza a haber desabastecimiento de distintos componentes. ¡Ayer me contaron que se están llegando a dar plazos de entrega para 2024! Y que las empresas ya tienen cerrado lo que va a ser el mercado de 2022”.
Los agricultores se adaptan
El profesor Gómez-Limón advierte que el efecto sobre el campo tampoco es igual para todos los sectores: “El precio de los piensos se ha disparado un 30% en 2021, a lo que hay que sumar el precio de la electricidad para producir. Esa gente está fastidiada ya. Ese problema de falta de rentabilidad se va a ir extendiendo como una mancha de aceite a otros sectores. El siguiente va a ser el de cultivos herbáceos extensivos. Explotaciones de cereal que han estado pensando qué hacer, si abonar en sementera o no. En el sur de España, como no ha llovido, la decisión ha sido sencilla y no hay sementera”. Javier Alejandre, técnico de UPA, confirma que los productores de herbáceos están tratando de minimizar los daños por la subida de costes: “Por lo que he visto en mi entorno, o se ha aumentado el barbecho o se ha ido a cultivos que necesitan menos abono como el girasol y las leguminosas. Está habiendo una reducción de las siembras de cereales en favor de otros cultivos y los agricultores nos estamos pensando mucho la dosis de abono a emplear. Del nitrogenado no sabemos ni el precio ni si va a haber existencias. Pero lo que creo que se puede intuir es que puede haber un ajuste en el abonado”. Un ajuste que, desde la Asociación Nacional de Fabricantes de Fertilizantes, no creen que se haya producido: “Durante la sementera ha habido una demanda normal de fertilizantes y por el momento los agricultores siguen con su actividad habitual, estimándose un consumo anual ligeramente inferior al del pasado año. Las hectáreas cultivadas no han diferido demasiado con respecto al año anterior y el precio internacional de los fertilizantes no parece haber tenido una especial importancia en la decisión del agricultor sobre el cultivo a sembrar”.
José Luis Miguel, director técnico de COAG, prefiere centrarse en la verdadera prueba de fuego en primavera y verano: “En los regadíos no tienen muchas opciones. Tienes que pagar una serie de cuotas de gastos fijos, de comunidades de regantes, de amortizaciones. Estás metido en un tinglado en el que muchas veces no tienes mucho margen de maniobra. En las rotaciones de interior se meten cada vez más forrajes, con menores costes unitarios, pero si tienes maíz a ver qué haces. Tienes que meter pasta para conseguir los 16.000 o 17.000 kilos”. Y regar al precio que está ahora mismo la energía parece una quimera. Por esa razón todos miran con inquietud a la próxima primavera, el momento en el José Gómez-Limón cree que se disiparán buena parte de las dudas que ahora mismo atenazan al sector. Advierte, además, que todas estas dificultades van a tener un efecto inflacionista claro: “Va a haber una subida espectacular de precios de la alimentación. Esto no es una sequía que afecte a España. Es una sequía global de fertilizantes. No va a haber un Australia o Brasil que nos cubran, ya que están teniendo problemas muy similares a los nuestros, con matices, pero muy similares. El coste de la cesta de la compra es muy posible que aumente en 2022 un 15% o incluso un 20 o un 22%, vamos a pasar de ser un problema agrario a ser un problema nacional y global. Aquí seguiremos comiendo, pero en otros muchos países puede derivar en problemas sociales graves. No hay que ser alarmista, pero me llama la atención que el COVID cubra toda la agenda política y sobre estos temas no se está hablando ni tomando medidas. Y las consecuencias van a ser muy significativas”.
Y parece que no le falta razón a la vista de los magros resultados del Consejo de Ministros de Agricultura de la Unión Europea. De hecho, el comisario europeo de Agricultura y Desarrollo Rural de la Unión Europea, Janusz Wojciechowski, ya dejó entrever en su visita a España justo antes de la celebración del Consejo que Bruselas no sabe, no puede o no quiere ir más allá de las medidas que están adoptando los Estados miembros: “Hemos hablado con el ministro de que tenemos que revisar las acciones que se están llevando a cabo a nivel nacional. Tendremos que controlar y monitorizar los precios de los fertilizantes, de la energía, con el objetivo de comprobar que no hay ningún tipo de prácticas monopolísticas”, declaró en la comparecencia publica con el titular de Agricultura español”. En ese mismo encuentro, Luis Planas se mostró mucho más categórico que el comisario polaco: “No vamos a esperar a que las cosas se resuelvan por inercia. No es una situación sencilla y no la podemos resolver de la noche a la mañana”.
No hay soluciones milagrosas
De todos modos, cabe preguntarse qué margen de maniobra tiene Bruselas o el Gobierno de España. Gómez-Limón, cree que no mucho: “Hay que perder la inocencia y pensar que desde la PAC y desde Europa se puede controlar el mundo. Estamos en un mercado absolutamente globalizado, lo que pasa en China nos afecta al día siguiente”.
Pero el sector quiere, exige soluciones, porque, como advierte Juan José Álvarez, director general de ASAJA: “Lo que está claro es que no podemos repercutir estos incrementos en nuestros precios”. Eso significa que con el paso de los días más explotaciones entrarán en números rojos. Esta organización tiene muy claras sus peticiones: “Hemos pedido, con carácter urgente, que la Ley de la Cadena Alimentaria que se aprobó en diciembre se ponga en marcha y que ponga solución de una vez al problema de los precios en origen para que sean acordes con los costes que tenemos. Necesitamos vender por encima de nuestros costes. También hemos pedido al Ministerio un plan de choque para hacer frente a estos incrementos de costes, bien mediante ayudas directas, como se ha hecho con algunos sectores concretos, o bien mediante medidas fiscales que ayuden a amortiguar estos incrementos de costes. También la implantación de la doble potencia para el regadío, para no utilizar una potencia mayor cuando no se riega. Es un compromiso del Gobierno incluido en la Ley de la Cadena Alimentaria y esperemos que lo ponga en marcha”.
José Luis Miguel, desde COAG, también pone muchas esperanzas en la norma aprobada el año pasado: “Esto no se soluciona con una subvención de cinco céntimos de euro por litro de gasoil. Cualquier ayuda vendría bien, pero la única solución es que se cumpla la Ley de la Cadena y que se abonen los costes de producción y punto”.
Javier Alejandre prefiere tener los pies en el suelo: “Soy realista, la Ley de la Cadena no va a resolver los problemas de un día para otro. Porque aparezca en el BOE no va a cambiar todo de repente. En el fondo lo que es cierto es que, si la Ley de la Cadena se cumpliera, el incremento de los costes debería ser un problema menor. Yo creo honestamente que llevará su tiempo, pero tiene que trasladar un cambio de cultura que nos debe llevar a pensar que, si hay un incremento de costes, ese coste hay que trasladarlo”.
Gabriel Trenzado, por su parte, pone el foco en solucionar algunas de las debilidades que arrastra nuestra agricultura: “No hay soluciones mágicas y, sobre todo, no hay soluciones coyunturales. España tiene debilidades estructurales evidentes, en la producción, en la organización, en la dimensión de las explotaciones, en la organización de la comercialización, etc. Siempre hemos defendido un nivel de políticas de gestión de mercados, red de seguridad que no existe ahora misma a nivel comunitario”.
También la industria de los insumos, más en concreto la de los fertilizantes, tiene peticiones que hacer: “La situación actual muestra la necesidad de modificar la Directiva sobre el sistema de comercio de derechos de emisión, para incorporar medidas que garanticen una protección eficaz contra la fuga de carbono y que eviten aumentos repentinos de los costes energéticos”.
Pero la verdadera preocupación ahora es cuanto tiempo estaremos soportando precios de la energía tan altos. José Antonio Gómez-Limón se muestra confiado en la rebaja de la tensión en los próximos meses: “El mando del gas lo tiene Rusia, que juega a generar tensión en Europa. Cuando pase el invierno y la demanda de gas para calefacción baje habrá que ver a qué precio pagan los regantes la energía. Es la prueba de fuego”. Pero eso no significa que la situación vuelva a la casilla de salida: “Es una ola que pasará, pero que no nos devolverá a la situación inicial. La energía tiene que bajar. No puede estar a 300 euros el megavatio porque se paralizaría toda la economía, pero no va a volver a estar en 30 o 40 euros”. De hecho, ya se apunta a que en verano el coste del gas rondará los 60 euros, sensiblemente menor que el actual.