17/04/2019
Desde un punto de vista tradicional siempre se ha considerado que la nutrición vegetal depende, en gran medida, de la capacidad del suelo para suministrar todos y cada uno de los elementos nutritivos necesarios (en forma, cantidad y momento) para el óptimo desarrollo de los cultivos. Desde la antigüedad se ha considerado el término de fertilidad de un suelo, desde el punto de vista químico, como la capacidad de abastecer las necesidades de los cultivos en los diferentes elementos nutritivos. Así, la palabra fertilizante se emplea para indicar a cualquier sustancia orgánica o inorgánica que mejore la calidad nutricional del suelo o sustrato.
Un poco de historia…
Los primeros agricultores iban cambiando de lugar de cultivo a medida que se iba agotando la tierra donde cultivaban. Posteriormente se vieron los beneficios que aportaban las rotaciones de los cultivos para sus cosechas, pero es cuando aparecen los fertilizantes cuando se permite restituir a los suelos los elementos nutritivos que las plantas utilizan o se pierden por lavado, retrogradación y erosión (MARM, 2009). Los incrementos de los rendimientos de los cultivos durante los años 60-80 en gran parte se debieron a la extensión del uso de los fertilizantes en la agricultura. La fertilización dentro de una explotación debe incorporarse como parte de un conjunto de prácticas culturales que se debe interrelacionar con factores como el riego, tipo de suelo, cultivo, variedad, ciclos y factores ambientales entre otros. Si somos capaces de integrar la fertilización en ese conjunto de prácticas podremos conseguir su máxima eficiencia tanto económica como medioambiental.