Estándares secundarios en fitosanitarios. La talla 38 de los supermercados de la UE

31/05/2021

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo del Grupo Editorial Agrícola

España es el primer país exportador de hortalizas de la UE, un dato con tendencia al alza.

En 2020 los ingresos de exportación crecieron un 4,6%, alcanzando los 6.022 millones de euros y el mercado común europeo, a través de sus grandes cadenas de supermercados ha sido, un año más, el principal destino de estas producciones. 2020 fue especial también para las hortalizas españolas, sobre todo por Filomena, el Brexit y la COVID-19, aunque el problema atemporal con el que se encuentran las hortalizas españolas (y del que quiero hablar en esta página) sigue siendo el mismo: los estándares secundarios en las grandes superficies europeas.


Para aquellos que no conozcan la terminología, los estándares secundarios son simplemente criterios de comercialización especiales que algunas cadenas de supermercados del centro y norte de Europa imponen a los productos hortícolas. Estos requisitos suponen principalmente ir más allá de los límites máximos de residuos que un producto puede presentar de acuerdo a la legislación europea.

Porque a estas empresas no les parece suficiente que nuestros productores sean controlados por la AESAN, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, que garantiza la eficacia de los sistemas de control de los alimentos, ni por la AICA, la Agencia de Información yControl de los Alimentos, o la propia EFSA, la Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos.

Ellas fijan “listones” más reducidos que los LMR (Límites Máximos de Residuos) establecidos por la legislación, ya de por sí muy garantistas y los definen sin una base científica. ¿El objeto? Intentar queel consumidor se sienta todavía más seguro con los alimentos que venden en sus instalaciones de lo que ya lo está con la estricta normativa europea.

Pues bien, esta falsa sensación de seguridad que se busca en el consumidor tiene sus efectos secundarios, ya que implica una reducción del número de sustancias con las que el productor puede tratar los cultivos y provoca la consecuente aparición de resistencias a productos fitosanitarios en ciertas plagas.

Esta situación, aunque esté muy alejada en la temática, me parece muy similar a lo que ocurre con las tallas de ropa en grandes almacenes y que afecta cada vez a un mayor número de personas, sobre todo del género femenino.

Nuestra sociedad promueve el culto a la extrema delgadez a través de la publicidad en los medios de comunicación, un discurso basado en la creencia muy asentada de que estar gordo (aunque solo sea sobrepeso) implica tener problemas de salud. Existen evidencias científicas de que esta creencia no es cierta, pero este hecho no impide que las tallas disponibles en las tiendas muchas veces sean inferiores a las necesitadas. Esto provoca traumas y patologías en jóvenes que no tienen el cuerpo que los patrones de la sociedad demandan.

Pues bien, el culto a la delgadez podría asimilarse a la creencia de que disminuir la presencia de residuos fitosanitarios por debajo de los LMR es beneficioso. La reducción de tallas disponibles se podría asimilar a la reducción de materias activas que nuestros agricultores pueden usar con objeto de alcanzar esos estándares pedidos por el supermercado... y los casos de anorexia y otros traumas sanitarios podrían ser asimilables a la resistencia a fitosanitarios de algunas plagas.

Lo curioso es que mientras que los consumidores ven claramente el problema de la moda y la salud, y demandan a las instituciones europeas que pongan coto a estas estrategias de tallas irreales, se muestran de acuerdo con los estándares secundarios en fitosanitarios. El desconocimiento es muy peligroso para la salud.

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