Cadena de valor alimentaria y el gatopardismo

05/02/2021

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo de Grupo Editorial Agrícola

Al cierre de esta edición de Agricultura se está debatiendo en el Congreso el proyecto que adaptará,una vez, más la Ley de la Cadena Alimentaria, esta vez a la directiva comunitaria.


Esta ley es una de las herramientas estrella del Ministerio ya que pretende más o menos la cuadratura del círculo: mantener una política de equilibrio de precios y fomentar las remuneraciones justas en los diferentes eslabones, sobre todo en el de los productores, tradicionalmente más débil.

Esta es la segunda modificación del texto legal, que se espera que entre en vigor en noviembre, y los puntos sometidos a debate no han evolucionado mucho: los contratos de compraventa, la venta a pérdidas o el establecimiento de precios mínimos siguen siendo el frente de lucha entre Gobierno, organizaciones y cooperativas agrarias, industria y distribución.

Por un lado, “los productores” aspiran a una regulación de precios que les permitan poder vivir de su trabajo, para lo que proponen definir unos precios de producción base. En la otra parte de la cancha, ”los comercializadores” recuerdan que estamos en un mercado global en el que existe una libertad de mercado que es la base de la competitividad y, entre otras cosas, permite mantener precios asequibles al consumidor.

Y ambos tienen razón.

No parece razonable, tal y como defienden los productores, que compitamos en un mercado global en el que las reglas de producción (fitosanitarios, OGMs, restricciones medioambientales, salarios, etc.) para la UE sean diferentes que para terceros países y el consumidor no distinga unas de otras.

Por otra parte, un hipotético mercado común europeo rígido, cerrado a las importaciones y con precios mínimos encarecería los alimentos al consumidor, lo que en un momento como el actual no parece muy buena opción. Y por supuesto, si no se cerrara la puerta a terceros países y se “atornillaran” precios de producción, la tentación de comprar fuera más barato sería muy fuerte.

Ambas partes están condenadas a entenderse. Industria y distribución saben que no pueden fiar sus suministros a la volatilidad de los mercados exteriores y que la calidad de las producciones internas es mejor que la que puedan encontrar fuera. Y los productores saben que, tal y como comentábamos en esta misma página el mes pasado, está decidido que las producciones de la UE sean cada vez “más verdes”, ya que el cuidado del medioambiente (al menos tal y como nuestras instituciones lo entienden) no es negociable.

Y ahí es donde toma protagonismo la posición de árbitro del Ministerio. Por un lado pidiendo a industria y distribución que remuneren de forma adecuada y justa a los productores; por otro, “animando” a los productores a que vendan con contratos, ordenen la oferta lo mejor posible y, a los que no puedan seguir el ritmo, les enfoca hacia producciones de calidad diferenciada o ecológicas.

Ser agricultor hoy en día parece cosa de locos. Hay una frase que se atribuye frecuentemente a Einstein, y aunque no existen pruebas de que sea suya, es muy adecuada para terminar esta reflexión: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.

Somos un sector tradicional. En general nos cuesta cambiar lo que hemos hecho durante generaciones, pero si queremos seguir viviendo de producir alimentos toca ser gatopardistas y cambiar todo para que nada cambie.

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