22/03/2023
De la crisis sanitaria del COVID hemos aprendido muchas cosas. Una de las más importantes es que no hay lugar a salvo de una enfermedad contagiosa en un mundo que la globalización ha hecho muy pequeño. No olvidemos que sólo pasó un mes desde la notificación de la enfermedad en China, hasta su declaración oficial en España.
Es imposible no pensar en esta crisis al abordar los retos a los que nos enfrentamos cuando analizamos el estado de la sanidad vegetal en Europa. Al igual que en sanidad humana, nuestros cultivos han sufrido ataques devastadores a lo largo de la historia, como el de la filoxera (Daktulosphaira vitifoliae), considerada la plaga más devastadora en la historia de la viticultura mundial, que obligó a arrancar cinco millones de hectáreas de viñedo en Europa entre 1870 y 1930. Más cerca en el tiempo, tenemos el caso de los cítricos de Florida. Según los datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), desde que se detectó una enfermedad de origen asiático, el Huanglongbing (HLB) en 2005, la producción ha caído un 75%, duplicando además los costes de producción. Una auténtica debacle, confirma Antonio Vicent, coordinador del Centro de Protección Vegetal y Biotecnología del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA): “Para que nos hagamos una idea, la producción citrícola en Florida está al nivel que tenía en la II Guerra Mundial. En el caso de los pomelos, directamente han desaparecido”. Ahora mismo, la enfermedad ya está presente en los cultivos de cítricos de Georgia, Florida, Puerto Rico y las Islas Vírgenes de EE. UU. y en partes de Alabama, Carolina del Sur, Luisiana, California y Texas.
Y citricultores norteamericanos no son los únicos que han vivido una crisis sanitaria aguda en su historia, también los españoles han sufrido lo suyo: “En los años 70 sufrimos una epidemia provocada por el virus de la tristeza, que obligó a replantar más de 50 millones de árboles”.
Son ejemplos del coste económico, social e incluso medioambiental que la aparición de amenazas sanitarias foráneas puede provocar en los cultivos de un país o, incluso, un continente.
El problema es que, en este inicio de siglo, el agricultor siente esa amenaza como nunca antes. Y, en opinión de Alberto Fereres, profesor de investigación del Instituto de Ciencias Agrarias del CSIC, un experto en este campo, es una amenaza muy real: “Siempre ha habido plagas. Lo chocante es que la frecuencia de las nuevas plagas es mucho mayor ahora. Es decir, que antes entraba una plaga grave cada 20 o 30 años y ahora entra una nueva cada año o más de una. Esa es la principal novedad”.
Entrada de plagas en la UE
El equipo de Antonio Vicent lleva tiempo trabajando en cuantificar cuántas de estas plagas se detectan cada año en la Unión Europea y lo cierto es que son muchas: “En breve vamos a publicar un artículo en el que cuantificamos el número de plagas que han entrado en Europa en los últimos 20 años. Está sacado de una tesis doctoral de María Chiara. Se ha dedicado a revisar uno por uno todos los registros que hay en la Unión Europea. Vemos que hay años que ha habido 25 introducciones. El año que menos, cinco. Entre cinco y 25. De promedio unas 10, más o menos, entre 1999 y 2019 en todo el territorio de la UE. Evidentemente, no todas fueron epidemias. Unas se detectaron y se erradicaron y otras desaparecieron”.
Otras no, como la tristemente famosa Xylella fastidiosa, que llegó a acaparar titulares cuando se declaró en España en 2016, después de hacer estragos en Italia. “Es un problema importante en almendro, sobre todo en la zona de Alicante”, apunta Alberto Fereres. “El último dato que recuerdo es como unos 150.000 almendros arrancados en las comarcas que miran al mar en Alicante, en la zona de Altea y hasta la sierra de Guadalest, está todo afectado. Es una enfermedad que puede ser muy grave, especialmente si afecta al olivar y en España tenemos muchísimas hectáreas de olivar”. Lo curioso del caso es que hasta ahora no habíamos tenido problemas con esta enfermedad: “La Xylella fastidiosa es una bacteria de origen tropical que nunca había sido un problema en nuestro clima mediterráneo”.
¿Por qué enfermedades tan ajenas a las condiciones de Europa medran en nuestros campos? Y, ¿por qué detectamos tantas nuevas intrusiones cada año? Exactamente por la misma razón que el COVID se convirtió en una epidemia global, por la conjunción de dos fenómenos relativamente nuevos: globalización y cambio climático. El Reglamento 2016/2031 de 26 de octubre relativo a las medidas de protección contra las plagas de los vegetales no lo puede decir más claro:
“La fitosanidad sufre la amenaza de especies nocivas para los vegetales y los productos vegetales, cuyo riesgo de introducción en el territorio de la Unión se ha incrementado debido a la globalización de los intercambios comerciales y al cambio climático”.
No es de extrañar que el sector se muestre preocupado: “No creemos que seamos tremendistas, es que hay que ser prudentes”, indican desde los Servicios Técnicos de la organización agraria UPA. Y no es para menos. A nuestras puertas se encuentra ya el mal que ha diezmado los cítricos de América. Antonio Vicent advierte que el riesgo es muy real: “Es una enfermedad bacteriana que se transmite a través de dos vectores. Uno de ellos, el africano, ya ha colonizado el norte de España y Portugal. Y luego, tenemos otro, el asiático, mucho más peligroso y con mayor capacidad de adaptación al clima mediterráneo, que se ha detectado en Israel. Después de un año de la detección, se ha constatado que ha habido una expansión y está ampliamente extendido por amplias zonas del país. Está muy cerca de nosotros. Aún no ha habido detecciones del patógeno en sí, de la bacteria, pero una vez que tengamos el vector, cualquier posible entrada de material infectado desembocaría en un proceso epidémico”.
Sistema comunitario de protección
La evidencia de que las amenazas son cada vez más frecuentes y peligrosas, llevó a la Comisión a una revisión total del sistema comunitario de protección fitosanitario. Revisión que se plasmó en el citado Reglamento 2016/2031 que entró en vigor a finales de 2019.
Una nueva regulación que, desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, valoran como “un cambio radical de posición, pasando de un enfoque reactivo ante la detección de brotes en el territorio o interceptaciones en frontera a un planteamiento más preventivo”. Es un sistema menos rígido y por ello más adaptado a la realidad cambiante de las amenazas: “El nivel de control es ascendente según el riesgo, y se establece en función de un binomio producto/país de origen. Las medidas establecidas pueden regularse y modificarse según el riesgo teniendo en cuenta, entre otros elementos, las detecciones realizadas en los controles en la frontera; es decir, si se detecta un incremento del riesgo se endurecen las medidas de control, pudiendo llegar a la prohibición”. Asimismo, destacan que, al tratarse de un Reglamento, “supone dar menos libertad interpretativa a los Estados miembros, y asegura mucha más homogeneidad en las actuaciones en los distintos puntos de entrada, además de ser un sistema mucho más prescriptivo y menos flexible”.
Antonio Vicent, coordinador del Centro de Protección Vegetal y Biotecnología del IVIA, profundiza en el funcionamiento de este sistema: “A pesar de lo que nos pueda parecer, no está basado en las inspecciones fitosanitarias en fronteras de la UE. Esas inspecciones son realmente un control del sistema que está previamente acordado con el país exportador. Es la política que se denomina “mutual trust”, confianza mutua. El protocolo de exportación de un país tercero está basado casi íntegramente en las inspecciones que hace ese país y los mecanismos que establece en origen para garantizar que las cargas
lleguen exentas de plagas o patógenos. Lo que hacen los estados miembros es un control, digamos aleatorio o estadístico, no al 100%, para saber si eso está realmente ocurriendo y ese protocolo implementado garantiza que esas cargas llegan sin esas plagas. En el momento que las inspecciones en frontera en Europa detectan un incremento preocupante de esas interceptaciones, la Comisión Europea envía una misión de auditores de la Dirección General de Sanidad para revisar ese protocolo establecido y, sobre todo, su implementación y recomendar medidas para su mejora”.
No obstante, existe una lista europea de 20 plagas o patógenos prioritarios, a los que se les da un tratamiento diferenciado en virtud de su mayor potencial de generar daño socioeconómico a la Unión Europea. “Entonces ahí se juega en otra liga”, asegura Vicent. “Los niveles de exigencia son mucho mayores. Sigue existiendo ese “mutual trust” pero a otro nivel, porque un posible fallo del sistema ya no es simplemente una anécdota en las estadísticas anuales, sino que puede suponer la destrucción de determinadas industrias productivas en el territorio europeo”.
Controles insuficientes
Un modelo que no convence del todo a Alberto Fereres: “La Unión Europea no hace bien su trabajo de inspeccionar el material vegetal. Hace muchos esfuerzos en controlar las enfermedades y la mejor manera de erradicar enfermedades es que no entren y ahí es donde está el fallo, porque somos muy permeables. En Chile, por ejemplo, son muchos más severos tanto al nivel comercial como también de pasajeros. Allí es imposible entrar con una naranja en la maleta. Aquí sí”. A Fereres le preocupa especialmente lo que él considera una excesiva permeabilidad de las fronteras europeas a las entradas ilegales o irregulares de material vegetal de cualquier tipo: “Cuando se llega a un país con un buen control de pasajeros, se frenan muchas entradas. En Estados Unidos, si vas con semillas y no las declaras, pueden multarte con miles de dólares. Hay una inspección muy pobre en los aeropuertos europeos. No hay un cuestionario que los viajeros tengan que rellenar. Yo acabo de estar en Australia y he tenido que rellenar un cuestionario en el que juras y perjuras que no llevas plantas, que no has estado en ninguna finca en los últimos 15 días, etc. En España eso no existe, ni en la Unión Europea. No te hacen firmar ningún documento. Eso tiene que cambiar”.
Los representantes de los agricultores consideran también que el sistema de control es laxo. Desde los Servicios Técnicos de UPA ponen un ejemplo que consideran especialmente sangrante: “Por fin el año pasado se consiguió que se aplicara el tratamiento del frío a las importaciones de cítricos de Sudáfrica, después de insistir e insistir y muchas interceptaciones de la Thaumatotibia leucotreta. ¡Y otros países a los que estaban vendiendo ya se lo estaban exigiendo! A nosotros nos exigen para exportar ese tratamiento de frío. ¿Por qué a ellos no? ¡Es absurdo! Reglas coherentes para el beneficio para todos”.
Adoración Blanque, presidenta de la organización agraria ASAJA Almería, insiste también en el concepto de reciprocidad: “No me preocupa, siempre que el resto tenga el mismo nivel de exigencia que se nos aplica a nosotros. Estamos exportando a Europa y a países extracomunitarios. Los países del norte de Europa son extremadamente rigurosos con los protocolos de sanidad. Tenemos certificaciones de todo tipo. Lo que pedimos es que exijan al resto lo mismo. Un equilibrio, pero desde el rigor”.
También desde Almería, Andrés Góngora, responsable de Frutas y Hortalizas de la organización agraria COAG, pide controles mucho más estrictos, empezando por las semillas, de las que el sector hortofrutícola es muy dependiente: “Esas semillas se producen en países terceros en muchos casos. Debe controlarse todo lote de semilla o de material vegetal que entre en la UE. Igual con los plantones de frutales. Ahora mismo tenemos un debate con el virus rugoso en hortícolas. Cuando era una plaga cuarentenaria, cuando Europa se estaba protegiendo, era obligatorio analizar el 100% de los lotes de las semillas. A esa plaga, como ya está establecida en la UE, se le rebaja el nivel, y pasan del 100% al 20% de los lotes. Nos parece una barbaridad dejar que el 80% de los lotes no estén controlados analíticamente. Es un riesgo muy serio”.
Herramientas e investigación
Pero los representantes de los agricultores tienen una queja más sobre la política de sanidad vegetal en la que se ha embarcado Europa. En concreto, Adoración Blanque se lamenta de que cada vez haya menos herramientas para contrarrestar esas amenazas: “Materias activas para combatirlas. Con el tema del Pacto Verde, nos están llevando a una agricultura más biológica y lo que hay que entender es que hay que ir a una agricultura segura”.
Andrés Góngora está convencido de que el recorte de sustancias activas disponibles, está detrás del resurgir de muchos problemas sanitarios: “Yo estoy seguro de que la Tuta, que es un insecto, con los fitosanitarios que teníamos en el pasado, la estaríamos controlando. No era una plaga que generara dificultades. Otro ejemplo es el de los pulgones, que era una plaga muy controlada. Han entrado nuevos y ahora es uno de los problemas más serios. Hay más, porque tenemos menos capacidades de defendernos contra esas plagas”.
Antonio Vicent, por su parte, cree que no abordamos el problema con la suficiente perspectiva: “La que no vemos es la protección vegetal invisible, se está logrando con las medidas implementadas. ¿Que podrían ser mejores? Sí. Pero hay que pensar que eso también iría en detrimento del comercio. A medida que vamos incrementando el grado de exigencia, eso va en contra de los intercambios. Es importante encontrar un equilibrio estable entre un comercio y una protección suficiente de los sistemas productivos en Europa. Es un sistema muy diferente al que puedan tener otros países como Estados Unidos, Corea o Japón, donde no existe ese “mutual trust”.
En lo que sí hay coincidencia es en pedir más investigación. Antonio Vicent cree que es necesario trabajar en dos líneas: “En primer lugar, en programas de respuesta, como lo que se ha hecho con la Xylella en nuestro país. Se empieza con medidas muy agresivas porque hay un desconocimiento absoluto de la enfermedad. A medida que vamos teniendo más información epidemiológica, las medidas son menos duras y más efectivas. Asimismo, tenemos que aprender de las zonas de origen de las enfermedades. Es bueno colaborar con países terceros para desarrollar medidas de control para el futuro”.