I+D en el sector agro o cómo conjugar calidad, sabor y resistencia

24/05/2023

Por Susana Garrido Sánchez-Cano, periodista agroalimentaria

Investigación y desarrollo (I+D) son conceptos que desde hace años van ligados al sector agroalimentario; la necesidad de adaptarse a las demandas productivas, a la rentabilidad, a hacer frente a plagas y enfermedades y a la climatología han hecho que la investigación avance y sea una aliada de agricultores, productores y comercios, tanto pequeños como grandes. Sin embargo, en los últimos años se ha demostrado que conceptos como calidad y sabor no se pueden dejar de lado; el consumidor los demanda y la investigación va en esa dirección.


Ser más eficientes, más productivos y más rentables, estos son tres objetivos fundamentales del sector agroalimentario; pilares en los que se sustenta una actividad primordial y tan básica como ser la que alimenta al mundo. Al consumidor de a pie, probablemente algo desinformado, quizá le cueste creer que la investigación y la tecnología están ligadas al sector agro desde hace años y que, gracias a innumerables avances en el campo genético, se han podido lograr variedades resistentes a enfermedades y plagas, adaptadas a una climatología cada vez más adversa y que, además podemos disfrutarlas por su calidad y su sabor.

Actualmente las empresas de obtención vegetal reinvierten en I+D+i en torno a un 20 y un 30% de su facturación, dato que está por encima de otros sectores que pueden estar más ligados con la tecnología como el aeroespacial y el informático.

Y es que existe mucha investigación en el melón que disfrutamos, el tomate que compramos durante todo el año o la sandía que nos cautiva por su sabor.

Prioridades

Pero, ¿hacia dónde se dirige la investigación hoy en día en el sector agro? Volvamos primero la vista atrás para conocer las necesidades o circunstancias del pasado, porque en los últimos 15 años el foco en la investigación ha ido cambiando. Explica Juan Pedro Pérez, Regional Crop Lead melón y sandía EMEA de BASF, que “hubo unos años en los que en el desarrollo de variedades se primó la conservación, el que un producto durara un mes o más y se pudiera consumir sin problemas en ningún eslabón de la cadena, como sería el caso del tomate, por ejemplo”.

Sin embargo, esta prioridad cambió cuando muchos productos fueron rechazados por el consumidor debido a que se había perdido lo más importante: el sabor. “En el caso del tomate ahora se está recuperando, porque podemos encontrar variedades con muy buen sabor, y eso era impensable hace siete u ocho años; a esto tampoco fue ajeno el melón, donde se primó la conservación, se desarrollaron variedades que se pueden cultivar en Centroamérica, llegar a obtener una duración de viaje en barco de 30 días a Europa y aún tener dos semanas más para consumirse; ahora hay una tendencia a producir localmente y a primar la calidad, pero para ello tienes que sacrificar la conservación y la duración del producto”.

Los tres pilares básicos

Pablo Pérez, CEO Plant Breeder de Intersemillas, habla de una necesidad de equilibrio, siempre primando la calidad: “El equilibrio debe estar entre resistencia, calidad de planta, vigor, producción y sabor; puedes tener una planta muy fuerte con producción perfecta, pero si no tiene sabor no durará en el mercado más de un año”.

“El consumidor con la fruta quiere disfrutarla, no importa pagar algo más, pero que se disfrute; se podría perdonar una merma en la producción, o quizá una falta de resistencia, pero el que no haya calidad…, eso el consumidor no lo perdona”.

Juan Pedro Pérez sostiene que hay tres pilares irrenunciables a la hora de lograr nuevas variedades: sabor/calidad, resistencia y productividad, “además, en este orden, si no tienes una variedad con sabor, no sigas intentándolo, aunque sea la más productiva del mundo”.

De la misma opinión es Luis Martín, director de la Unidad de Negocio de Hortícolas para el suroeste de Europa de Syngenta: “Hortícolas es un sector clave donde la investigación es crucial, porque el mundo cambia y las necesidades de nuestros agricultores y productores también; nos estamos adaptando a asegurar a los agricultores a que produzcan calidad y productos adaptados al mercado, fundamental para ello es la resistencia a enfermedades”.

En Syngenta se dedican numerosos recursos a dotar de resistencia a plagas y enfermedades y al cambio climático, “necesitamos asegurar variedades que no necesiten libro de instrucciones y que se puedan adaptar a diferentes zonas o diferentes cambios de temperatura, es decir, variedades que sean flexibles y, fundamental, que tengan sabor, porque hay ciertos cultivos donde el sabor no es tan importante, pero en el caso de la fruta sí lo es”.

La directora de ANOVE (Asociación Nacional de Obtentores Vegetales), Elena Sáenz, sostiene que en los cultivos hortícolas hay que tener en cuenta “las características organolépticas, como los atributos internos, sabor, rugosidad, apariencia visual…, porque aunque los consumidores priman el sabor, si una fruta no está en buen grado de madurez, no entra por los ojos”.

Además, añade que la durabilidad es otra cuestión esencial, “que el producto se mantenga en buen estado, desde que lo recoges hasta que lo pones en el lineal, y que soporte un periodo también largo, es fundamental”.

Resistencia a enfermedades

Antonio Granell, profesor de Investigación del CSIC, está llevando a cabo diversas investigaciones centradas en el tomate, “siempre aparecen nuevas enfermedades o plagas y es necesario hacerlo resistente a las mismas”. Actualmente preocupa en el sector el virus llamado del fruto rugoso, que está teniendo efectos importantes; “apareció hace 10 años en Israel y ahora empieza a ser una amenaza en todo el mundo; la cuestión es que las variedades actuales de tomate no tienen resistencia a este virus”.

Granell explica que uno de los avances más importantes en los últimos 50 años es introducir resistencia a las enfermedades emergentes, “en este punto podemos decir que empresas e investigadores del sector han sido muy buenos”.

Pero hay que tener en cuenta, además, que existen enfermedades nuevas y también antiguas, “hay una bacteria llamada Cladosporium que causa enfermedad en el tomate y en otras plantas; los mejoradores habían encontrado buenos genes de resistencia y, aparentemente, el problema está solucionado, sin embargo, esto es una lucha continua porque esta bacteria ha encontrado formas de traspasar los genes de resistencia y supone, de nuevo, una amenaza”.

La importancia radica en tener bancos de germoplasma que tengan semillas y que produzcan frutos pequeños y verdes que, aunque no son comestibles, son sexualmente compatibles con el tomate. “Se trata de hacer un programa de mejora, eliminar la contribución de la especie silvestre que tiene características no deseadas, cruzando con la especie de tomate que nos interesa y quedándonos con el gen de resistencia. En los últimos 70 años las empresas han hecho este proceso con éxito”.

Pablo Pérez, de Intersemillas, explica que están trabajando en nuevas resistencias, “la resistencia al ToBRFV, un virus muy importante que afecta al tomate; además estamos trabajando en melón en resistencia al colapso o muerte súbita. Nuestra peculiaridad ha sido enfocarnos primero en calidad y en sabor y, después, en las resistencias”.

Proyecto Harnesstom

El proyecto Harnesstom persigue lograr tomates más resistentes y con más sabor; tiene una duración de cuatro años y ya va por el tercero. En él participan todos los agentes para que los resultados obtenidos se transfieran al mercado. En concreto, hay implicados más de nueve países, empresas del sector de las semillas e investigadores de Europa y un grupo de Taiwán, al ser un país donde desde hace tiempo se enfrentan al cultivo del tomate a altas temperaturas y numerosas enfermedades.

El objetivo del proyecto es identificar materiales e introducirlos para mejorar la resistencia y crear genes emergentes. “Trabajamos para aumentar la eficiencia en el uso del nitrógeno; los agricultores suelen usarlo bastante en sus cultivos y nuestro objetivo es que la planta con menos nitrógeno sea capaz de producir igual”, explica el investigador Antonio Granell.

“Abordamos también la calidad, porque el tomate ha perdido calidad a lo largo de los años; el consumidor es capaz de encontrar tomate a lo largo de todo el año, con buen aspecto, como la fresa, pero a menudo no encuentra sabor, por eso en este proyecto también estamos intentando utilizar nuestro conocimiento de las bases genéticas para conseguir un tomate con buen sabor, aumentar su tolerancia a la sequía, a las enfermedades, e intentar introducir mediante cruces aquellas versiones que tienen mayor contenido en los compuestos que dan mayor sabor al tomate”.

Primando la calidad

Hoy en día encontramos en los lineales de fruta de los supermercados o en las fruterías de barrio una variedad y un colorido que hace 30 años no teníamos; la apuesta por la calidad es más que evidente y ante una sociedad que está cada vez más concienciada con la necesidad de una alimentación saludable y equilibrada, el consumo de frutas y verduras es una constante en ascenso.

Por eso los investigadores se centran en la calidad por encima de todo. Pablo Pérez, de Intersemillas, nos explica los parámetros que ellos trabajan: “Sobre todo en melón y sandía estamos haciendo un gran esfuerzo en tema de calidad; en la sandía buscamos que las carnes tengan un equilibrio, ni blandas ni fibrosas, que la carne sea crujiente, igual que en el melón, buscamos melones con consistencia fuerte de carne pero que cuando uno vaya a morder no solo note el azúcar, sino el sabor”.

Además, en los supermercados se vende la fruta ya cortada, lo que facilita al consumidor identificar la calidad. “Para identificar un buen melón lo primero es que esté escriturado y, en su interior, es muy importante fijarse en la pulpa, si está blanca será un melón o que esté insípido o que tenga azúcar, pero al que le falta sabor; lo ideal es una pulpa naranja, que nos recuerda al melón tradicional”.

Luis Martín, de Syngenta, también corrobora esta apuesta por la calidad y por volver a los sabores tradicionales: “Buscamos calidad, sabor, comer un tomate como antiguo, que nos recuerde los sabores de antes”. Además, se plantea tanto volver a los sabores de antaño como adaptarse a la vida actual. “La vida a cambiado mucho, antes las familias se juntaban para comer, ahora no y hay muchos tipos de familias, ahora buscamos comidas diferentes, formatos más pequeños, y todo eso se consigue a base de investigación”. En BASF están llevando a cabo el proyecto Galkia, “un proyecto real que ha surgido a consecuencia de proporcionar el máximo y más estable nivel de calidad en melón”.

Felipe Medina, secretario general técnico de ASEDAS (Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados), explica las tendencias del consumidor: “En general los consumidores demandan productos listos para consumir, con un adecuado grado de maduración y sabor, tamaño adecuado para el núcleo familiar, fáciles de consumir o cocinar y, en ciertas producciones, disponibilidad durante todo el año, lo que obliga a trabajar con los proveedores en acometer inversiones conjuntas para alargar lo más posible las campañas en España”.

El cambio climático

La realidad del cambio climático está cambiando la forma y los tiempos en la investigación. Juan Pedro Pérez, de BASF, explica que “la investigación se está centrando en adaptar las variedades de las plantas al cambio climático, que es una realidad; los productores tienen problemas de reducción del ciclo, está afectando a la productividad y hay hechos que constatan que realmente algo está cambiando, por eso estamos en una carrera para intentar superar esto”.

De hecho, explica que los clientes, hace siete u ocho años primaban la calidad, la productividad, la resistencia a enfermedades, “sin embargo, ahora lo que tienen como prioridad son variedades que no se quemen en el campo, que den seguridad y un determinado rendimiento”.

Lo corrobora Antonio Granell: “Ante las circunstancias del cambio climático que estamos sufriendo, sobre todo en el sur de España, la mayor zona productora de tomate de nuestro país y casi de Europa, estamos investigando para que las variedades puedan producir frutos a altas temperaturas”.

El proceso de investigar

Un proceso de investigación, un programa de mejora, tiene una duración de cinco a siete o diez años, por lo que es fundamental ir un paso por delante e intentar entender hacia dónde va el mercado, las preferencias del consumidor.

El primer eslabón de esta cadena está en los supermercados, como así explica Felipe Medina, de ASEDAS: “La distribución alimentaria es el eslabón más cercano al consumidor y, por tanto, tiene la posibilidad de monitorizar con bastante exactitud cuáles son los productos más demandados y las características en cuanto a sus propiedades -sabor, calibre, calidez, maduración, disponibilidad-. Nuestra labor es transmitir estas necesidades al resto de eslabones, a los productores y a la industria para, entre todos, responder a las expectativas del consumo”.

Juan Pedro Pérez explica que explica que en BASF cuentan con un equipo que trabaja con el consumidor y los retailers para entender las necesidades del consumidor y cómo evolucionan en el tiempo, “esto nos proporciona un feedback con la información que necesitamos; después se realizan cruces aplicando las técnicas de mejora genética clásica, es decir, buscas una serie de parámetros, el sabor, la resistencia…, y se trabaja con un banco de germoplasma de forma que se vayan obteniendo los parámetros deseados”.

Desde Syngenta, Luis Martín afirma que el proceso comienza siempre con el consumidor. “Estamos cerca del consumidor y del mercado para saber cuál es la tendencia, qué quiere la gente, porque el mercado cambia continuamente”.

A continuación, un equipo de genetistas recibe esta información a través del Departamento de Marketing, “una variedad no se investiga de un año para otro, sino a cinco, siete o diez años vista”. Después se chequea a través de catas, paneles y degustaciones a consumidores. “Es importante entender bien qué quieren nuestros clientes y el consumidor y por eso tenemos que ir un paso por delante”.

¿Y cómo está España en investigación agro? Luis Martín lo tiene muy claro: “España es la Silicon Valley en investigación hortícola; nosotros tenemos dos centrales de investigación aquí en España, concretamente en Almería y Murcia, pero investigamos para todo el mundo”.

Abiertos a la investigación

¿Y cómo se adapta el agricultor a estos procesos de investigación? Desde el sector hay una opinión común: el agricultor está preparado y demanda esta innovación. “Hay mucha integración en toda la cadena ahora mismo”, afirma Juan Pedro Pérez, de BASF, “la agricultura estaba más atomizada hace unos años, actualmente el productor se sienta con su cliente y acuerdan qué variedades tienen que utilizar, las decisiones se toman de una forma más consensuada”.

Luis Martín afirma que “el agricultor español es un agricultor siempre abierto a la innovación, a probar cosas nuevas; todos los días aparecen nuevas plagas, una nueva enfermedad y ellos asumen riesgos, están abiertos a ofrecer nuevos productos, diferenciarse en el mercado”.

Pablo Pérez opina que “aún queda mucho por hacer, la agricultura es así, siempre hay que estar investigando, innovando”. De hecho, en Intersemillas cuentan con nuevas variedades, como la corcel y conquistador, en melón; en melón piel de sapo de carne naranja cuentan con las variedades sorolla y pinazo, y en sandía con las variedades cebra, doncella, estampa y menina.

“Al consumidor hay que ofrecerle variedad, que pueda elegir; por eso nunca debemos dejar de investigar y jamás perder de vista la calidad organoléptica, porque es primordial, sobre todo en la fruta. El consumidor es muy exquisito y hay que ofrecerle esa calidad que pide”.

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