30/01/2018
Artículo editorial por Jesús López Colmenarejo
Este pasado 16 de enero Editorial Agrícola ha lanzado una nueva apuesta en su diversificación, el Foro “Innagrotables”, del que podéis encontrar más información en las páginas interiores de este número de “Agricultura”. Estamos convencidos de que la innovación es necesaria para la evolución del sector agroalimentario. Centros de investigación públicos, empresas de fabricantes, cooperativas… la innovación, una de las palabras de moda que se utiliza como recurso infalible contra los precios bajos, las ineficiencias de la cadena alimentaria y como piedra angular de la rentabilidad de nuestras explotaciones agrarias.
No tenemos duda de la necesidad de innovar, pero estamos convencidos de que la innovación sin comunicación es como guardar un buen estudio en un cajón: ineficiente.
Compartir el conocimiento y las experiencias, tanto positivas como negativas, debería ser algo de obligado cumplimiento que nos permitiera evitar las mismas piedras en las que otros ya tropezaron. Por tanto, ¿por qué no establecer puntos de encuentro para el intercambio de experiencias que sirvan de inspiración para generar valor y crecimiento personal y empresarial? Es ahí donde radica la necesidad de eventos como “Innagrotables”, donde aportamos valor añadido comunicando. El soporte presencial complementa a nuestros tradicionales formatos de papel y digital, porque al final lo que importa es el mensaje, ya que la forma de acceso la elige el destinatario.
En “Innagrotales” disfrutamos de la experiencia del ex jugador de baloncesto Juan Antonio Corbalán, médico de profesión y considerado el jugador con el mejor palmarés individual de la historia del baloncesto español. Me quedé con una frase de su intervención “Quien no es capaz de adaptarse al cambio, se queda fuera del camino, la generación espontánea no existe”.
¿Es esa la mentalidad que tenemos en nuestras explotaciones agrarias? Recuerdo una conversación de hace unos años sobre la plantación de olivos en seto. Las zonas donde se experimentaba un crecimiento mayor de esta técnica agronómica no eran las tradicionales de olivar, sino que de forma singular, por ejemplo, los nuevos productores venían de la producción de tomate para industria.
¿Por qué? Porque sencillamente veían al olivo como un cultivo más, no como ese árbol que habían cultivado sus padres y abuelos y a las ramas del cual se habían subido a jugar de críos. Ese cultivo había que gestionarlo como un seto, con una poda más drástica y levantarlo al cabo de unos años, algo que puede sonar a herejía a oídos de un olivarero tradicional. Siempre se consideran las raíces como un valor añadido de cualquier actividad económica (nosotros lo sabemos muy bien en “Agricultura”), pero a veces suponen un reto a la hora de repensar una actividad económica poco rentable.
Otra anécdota que enlaza rentabilidad, reinvención y sentimiento me surgió la semana pasada en una rueda de prensa de una marca de tractores. En ella se planteó la compra de un tractor basada en su número de horas de trabajo, su uso real, en la que se incluye todo el mantenimiento de la máquina.
A bote pronto surgen unas cuantas preguntas ¿Cuántos agricultores pagarían 1.200 euros al mes por un tractor que tengan en uso pero no en posesión? ¿Dejaríamos al lado el orgullo de marca y nos regiríamos por términos técnicos a la hora de elegir?¿Sabemos el uso real que le damos a nuestras máquinas?