10/10/2022
El interés por invertir en el sector agrícola no es nuevo, pero todo parece indicar que está siguiendo una tendencia ascendente. Así se refleja en el informe Agribusiness en la Península Ibérica, de la compañía de consultoría y servicios inmobiliarios CBRE, que recoge que el número de fondos que invierten en el sector agroalimentario se ha multiplicado, a nivel mundial, por 15 en los últimos 15 años, hasta superar los 700 en 2020.
Dentro del propio sector ese auge tampoco ha pasado desapercibido. "A raíz de la pandemia, todo lo relacionado con la agricultura se ha puesto de moda. Cada vez hay más tensión en el mercado de la tierra, más fondos que quieren invertir en terrenos agrícolas", afirma José Luis Miguel, director técnico de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). "Es una tendencia que hemos constatado en los últimos tiempos relacionada, también, con otros fenómenos como la inflación, la incertidumbre, etc. Las inversiones se dirigen a terrenos agrícolas como un valor que les proporciona cierta seguridad".
Por otro lado, el director técnico de COAG apunta que "se está produciendo una concentración cada vez mayor del negocio agrícola". Una apreciación que vendrían a suscribir los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística. El Censo Agrario 2020 -el último disponible-, constata una reducción del 7,6% en el número de explotaciones agrarias con respecto a la última edición, diez años atrás (de 989.796 en 2009 a 914.871 en 2020). Si bien la superficie agraria total utilizada ha crecido un 0,7%, superando los 23,9 millones de hectáreas, con lo cual la superficie media de cada explotación es un 7,4% mayor que en 2009.
José Luis Miguel indica que ese camino hacia una mayor concentración del negocio agrícola "se ha completado" en algunos sectores ganaderos, y otros sectores, "a medida que van evolucionando, siguen esa tendencia. Estamos hablando de olivar intensivo o plantaciones de otros leñosos (almendro, pistacho, etc.), donde también se producen oportunidades de inversión para los capitales".
Si hablamos de firmas inversoras, una de las que forma parte del 'ecosistema' agrícola es Aurea Capital Partners. Especializada en inversión sostenible y gestión de activos reales, apuesta por "sectores clave para la transformación económica y social", entre ellos, el agroalimentario. A través del fondo Aurea Sustainable Agricultural Fund (ASAF), invierte en activos agrícolas, con el foco puesto en la agricultura sostenible.
El director de inversiones de este fondo, José María Criado, explica cómo ha ido creciendo el interés por el sector primario: "En los últimos años los inversores se han ido percatando de que la brecha entre los mercados financieros y la economía real es cada vez mayor. Los precios de los activos cotizados no siempre tienen reflejo en la economía real y están más sujetos a los vaivenes de la política monetaria de los bancos centrales que a la evolución de los negocios. Por ese motivo, los inversores buscan alternativas de inversión descorrelacionadas y estables, que les proporcionen exposición a activos reales. Empezaron con inmobiliario, luego infraestructuras y ahora empiezan a ver las bondades de la inversión en el sector agrícola que, bien gestionado, es un negocio realmente rentable y sostenible a largo plazo".
Sin embargo, esto no siempre ha sido así. El mencionado informe Agribusiness en la Península Ibérica recuerda que "hace 10 años, la mayoría de los inversores consideraban que invertir en agribusiness (sobre todo en Europa) era una actividad volátil y de alto riesgo", pero "ahora se ha producido un cambio de mentalidad y paradigma".
El capital busca refugio
Los factores que han impulsado esta evolución los conocen bien, precisamente, en CBRE Group. Su departamento de Agribusiness está compuesto por más de 60 expertos en valoraciones y transacciones de fincas rústicas, participando desde 2015 en operaciones por valor de más de 4.000 M€ y habiendo valorado durante 2022 más de 1.000 M€ en activos agrícolas. Para Héctor Rodríguez Marrero, Associate Director Agribusiness en CBRE España, "el atractivo del agribusiness para la comunidad inversora reside en que se trata de un activo real y simple, basado en la tierra y el agua y que responde a algo tan básico y fundamental como es la alimentación humana".
Asimismo, añade, "dado el actual contexto internacional, en el que todavía seguimos padeciendo las consecuencias de la pandemia, la guerra de Ucrania, alta inflación, crisis energética, etc.", el agroalimentario se posiciona como un sector "crítico y relevante a nivel económico. Es un sector estratégico y resiliente que ha madurado en los últimos años y se muestra accesible y visible para todo tipo de inversores, incluido el capital institucional". A estos motivos suma que "ofrece rentabilidades muy interesantes y permite a los inversores desarrollar portfolios diversificados, lo cual minimiza la volatilidad y reduce el ratio riesgo/retorno de sus carteras. Por último, existe una notable creciente demanda de alimentos. Se considera necesario aumentar un 70% la producción para alimentar a una población que llegará a 9.000 millones de personas en el 2050 (FAO)".
Profundizando en las razones del auge de las inversiones agrícolas, Eduardo Moyano Estrada, doctor ingeniero agrónomo, sociólogo y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), apunta también a las fortalezas del sector: "Los grandes capitales buscan invertir en aquellos sectores en los que ven rentabilidad a corto, medio y largo plazo. A corto plazo, se invierte en bolsa, pero a medio y largo plazo se buscan sectores con potencial de crecimiento".
En este sentido, afirma, "la agricultura tiene un fuerte potencial de crecimiento, ya que la alimentación es un sector estratégico básico para la economía de los países", y vive hoy "una nueva 'revolución verde' en materia de tecnología digital y de biotecnología". Además, continúa Moyano, "el reto del cambio climático es una gran oportunidad para introducir innovaciones tecnológicas (agricultura de precisión) que hagan más eficiente el uso de insumos agrícolas (fertilizantes, pesticidas, agua). También lo es para introducir nuevas variedades de cultivos mejor adaptadas a contextos de mayores temperaturas y menor disponibilidad de agua. Todo ello hace que la agricultura sea un sector interesante para las grandes inversiones".
De esta tendencia pueden dar fe en Aurea Sustainable Agricultural Fund. Para su director de inversiones, José María Criado, los motivos que hacen que el inversor se decante por la agricultura son, en primer lugar, que "es una clase de activo real, que ofrece una rentabilidad muy atractiva y totalmente descorrelacionada de los mercados financieros tradicionales, ejerciendo como cobertura ante la inflación".
En segundo lugar, añade, "la agricultura es quizá el más tangible de los activos reales. Los resultados se ven crecer, literalmente, y es probablemente la más agradecida de las actividades. La naturaleza es muy generosa si se la trata con cariño y cuidado". Por otro lado, concluye, "los efectos del confinamiento por la COVID-19 y las tensiones geopolíticas actuales han demostrado la importancia de garantizar la seguridad alimentaria y asegurar la supervivencia del sector primario como proveedor de los bienes básicos de alimentación".
No todo interesa
Cuando se activa el radar de búsqueda de posibles negocios por los que apostar económicamente, el filtro se pone en ciertos cultivos y tipos de explotaciones. José Luis Miguel (COAG) señala que, entre otros factores, se tiene en cuenta que sean "cultivos que tengan cierta rentabilidad, terrenos de buenas características, con agua para poder hacer riegos y sectores que estén bien estructurados para la producción".
En esta línea, desde su experiencia en CBRE Agribusiness, Héctor Rodríguez Marrero tiene claro cuáles son los activos más buscados: "Las fincas más atractivas son aquellas con una superficie >200 ha, llanas, con alta disponibilidad de agua y donde, por climatología, se puedan cultivar olivo, frutos secos, cítricos, frutas tropicales, viñedo o berries. Por otro lado, estas fincas pueden ser de tierra calma (sin plantar o greenfield) o ya plantadas (brownfield)".
En el caso de ASAF, el fondo agrícola de Aurea Capital Partners, ponen el foco en "cultivos permanentes de alta rentabilidad, concretamente aguacate, cítricos y frutos secos como pistacho, almendro o nogal y, en menor medida, olivar. Cultivos -detalla José María Criado- con una demanda creciente en Europa, dirigidos a consumidores que buscan productos frescos, de calidad y locales, evitando productos importados que impliquen una elevada huella de carbono generada por su transporte".
Reciprocidad
Una vez conocidas las preferencias del mercado, la pregunta es: ¿Cómo funciona este tipo de modelo de gestión? O, dicho de otro modo, ¿qué aporta a la agricultura la entrada de una firma de inversión? Héctor Rodríguez Marrero asegura que "el rol del capital institucional en el sector es, no solo de gran interés, sino necesario para promocionar su crecimiento y su modernización mediante la investigación y la introducción de nuevas tecnologías, debido a que se requieren importantes cantidades de capital para llevar a cabo esta transformación". Entre los aspectos positivos de la introducción de capital externo en una empresa agroalimentaria, señala, que "promueve el crecimiento de la compañía mediante la adquisición de nuevas tierras, ampliación y modernización de las instalaciones, permite la retención del talento humano y posibilita la expansión a nuevos mercados".
Por su parte, José María Criado explica cómo funciona el modelo de ASAF: "Nuestro equipo está formado por agricultores profesionales, técnicos especializados, expertos en gestión de explotaciones agrícolas, con una sólida trayectoria dentro y fuera de España. Nuestro objetivo es la explotación de la tierra, ya sea en propiedad o en arrendamiento, y la adquisición de una cartera de fincas agrícolas diversificadas por cultivos y áreas geográficas para introducir tecnología y cultivos de alto rendimiento que las convierta en empresas rentables y sostenibles en el tiempo".
Este enfoque, aclara, "pasa por sustituir cultivos poco competitivos y altamente dependientes de subvenciones por otros mucho más rentables y con mayor proyección, teniendo en cuenta el evidente calentamiento global que estamos viviendo y que permite el desarrollo de ciertos cultivos en zonas en las que antes era impensable, como aguacates en Sevilla o cítricos en el noroeste Andaluz. La clave radica en utilizar los últimos avances técnicos junto a los criterios medioambientales más exigentes y trabajar mano a mano con equipos y familias locales para mejorar la productividad de los terrenos, garantizando su sostenibilidad y eficiencia en el largo plazo. Lo que nos lleva a otro aspecto social de nuestro modelo de gestión, que busca además generar riqueza y empleo de calidad en las regiones en las que invertimos".
Cuestión de dimensión
El sector agrícola afronta grandes retos y lo hace, además, en un entorno condicionado por factores como el cambio climático, la escalada de costes o precios en origen insuficientes, que dificultan obtener rentabilidad en determinadas explotaciones, especialmente las más pequeñas. ¿Quiere esto decir que su futuro debe estar ligado a los grandes inversores para sobrevivir? La respuesta de José María Criado es rotunda: "En absoluto. Hay espacio para todos, pero en determinados cultivos el tamaño es clave para alcanzar economías de escala y el volumen de inversión que requieren".
Sin embargo, puntualiza, se está produciendo "un proceso de reconversión agrícola, de modernización, que va a exigir una profesionalización de la gestión de las explotaciones para hacerlas más eficientes y rentables". Una reconversión acelerada por dos factores: "El envejecimiento de la población en el sector, con más de la mitad de los propietarios mayores de 55 años y con problemas de relevo generacional; y la elevada atomización de la propiedad, sin la masa crítica necesaria para generar excedentes suficientes que poder invertir en tecnología, modernizarse y competir en un mercado cada vez más exigente, provocando el abandono del entorno rural". Por eso, incide Criado, "creemos que existe una oportunidad para agricultores profesionales como nosotros, que podemos llevar a cabo esos grandes proyectos agrícolas, haciéndolos rentables, eficientes y sostenibles en el tiempo, generando además puestos de trabajo estables y contribuyendo al desarrollo económico de ese entorno rural".
Por su parte, Héctor Rodríguez Marrero considera que "siempre habrá espacio en el mercado para productos diferenciados y con alto valor añadido (gourmet, ecológico, biodinámico, etc.). Los productos más 'comoditizados' deberán competir en un mercado más saturado y en muchas ocasiones de precio". En este sentido, concluye, "bien sean grandes inversores, cooperativas de segundo y tercer grado o grandes tenedores, la magnitud de las explotaciones o su asociación permite reducir los costes significativamente y aumenta el poder de negociación frente a la gran distribución".
Si en algo coinciden los expertos consultados es en que esa magnitud de las explotaciones es un factor sustancial. "Los problemas de rentabilidad están asociados en muchos casos a la pequeña dimensión de las explotaciones y a la escasa capacidad de sus propietarios para innovar y afrontar el reto de la transición digital y tecnológica. Los grandes capitales juegan con la ventaja de que disponen de mayores recursos para abordar ese desafío. Pueden hacer rentables cultivos que en la pequeña explotación ya no lo son", señala Eduardo Moyano, que advierte, además, que aunque los grandes capitales "pueden generar empleo, también pueden provocar la retirada de muchos pequeños agricultores y ocasionar mayor despoblación rural (una agricultura moderna, pero sin agricultores)".
Su reflexión final apunta a que, para mantener el tejido social en el medio rural, "son necesarias las políticas públicas para que las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas y ganaderas puedan afrontar los nuevos retos tecnológicos (incentivando la agricultura de grupo, asegurando rentas mínimas mediante las ayudas directas, impulsando el relevo generacional, etc.)".
Para José Luis Miguel, de COAG, "el futuro pasa por el modelo por el que apostemos" y, a su juicio, debe ser "el que tenemos, el modelo social y profesional de agricultura, con muchos agricultores independientes que participen en la producción agraria. Un modelo que tiene que incluir a todo el mundo y no expulsar a la gente del sector. Es una apuesta política".