01/07/2019
Pero los porcentajes son sólo una percepción que debe completarse con los valores absolutos que aporta la necesaria visión global. Y llegados a este punto se observa que el gasto en alimentos y bebidas ecológicas "per cápita" supone 42,2 euros por habitante y año, un gran salto comparados con los cerca de 6 euros de hace 10 años pero testimonial frente a los 2.500 euros por habitante y año totales... aún es una alternativa muy minoritaria.
Aún así son muchas las personas y entidades que defienden la agricultura ecológica como una forma de producción más sostenible, y con amplio impacto social y económico, y no soy quién para quitarles la razón. De hecho, hay cultivos en los que la producción ecológica permite al productor defender precios mayores que en agricultura convencional. Con eso, tal y como están los márgenes económicos de algunas producciones ya casi se justificaría su existencia aunque sea como alternativa "de nicho".
Eso sí, de ahí a pensar que la agricultura ecológica es la solución para salvar el mundo, ya es otra cosa. A nuestra sociedad le cuesta mucho ver que pasarse a lo "eco" pero sin cambiar nuestros hábitos de consumo, aparte de ser prácticamente imposible no es una solución a los problemas ambientales.
El consumo desmesurado de nuestra sociedad occidental se sostiene a duras penas con el modelo de producción convencional. Este tipo de agricultura convencional busca obtener los mayores rendimientos posibles, y lo hace aprovechando cada vez mejor todos los recursos productivos a su alcance, dos características que no son prioritarias en la agricultura ecológica.
Por tanto, un teórico modelo de alimentación ecológica masivo debería acompañarse necesariamente de estrategias que lo complementaran, como un menor consumo de alimentos "per cápita" y, por ejemplo, que estos fueran de proximidad, que muchas veces son los más sostenibles medioambientalmente.
El tema da para mucho, y en este espacio sólo pretendo hacer preguntas que puedan fomentar el debate.
Eso sí, hay una reflexión final que querría dejar abierta...hay muchos modelos de agricultura, una de las cuales es por ejemplo la agricultura de producción integrada, ya muy generalizada en nuestros invernaderos.
Si nos encontramos por ejemplo una lechuga ecológica y otra de producción integrada en nuestro plato ¿seríamos capaces de distinguirlas si no fueran acompañadas de su correspondiente certificación en la etiqueta?
Nos encontramos en una sociedad en la que no comemos ya alimentos, sino que a veces parece que nos alimentáramos de conceptos.
La importancia de un alimento parece muchas veces no radicar en su composición química o los nutrientes que tenga, sino en lo que nos cuenten los que lo han producido. Esa etiqueta que nos dice si una carne es halal porque se ha sacrificado según el rito islámico, un tomate ecológico que incluye el logotipo europeo que asegura que su producción ha estado libre de químicos de síntesis o una marca de calidad que nos dice que ese alimento es de nuestra comunidad autónoma... ¿Realmente consumir puntualmente alimentos con etiquetas "de nicho" nos dan derecho (como hacen muchos) a poner en duda la seguridad alimentaria de la producción convencional, que supone más de un 80% de nuestra comida? ¿Podríamos realmente prescindir a corto plazo de la agricultura mayoritaria bien hecha? A veces parece demasiado sencillo criticar sabiendo que no va a faltar comida en el plato.