Micorrización: un viaje hacia el éxito de la truficultura

08/02/2019

Por Álvaro Bárez, periodista agroalimentario

La trufa negra se ha convertido en una alternativa de desarrollo rural para algunas de las comarcas más despobladas de España. Este negocio, el de la truficultura, se sustenta en base al desarrollo de la micorrización de cultivos como la encina o el roble, que tiende hacia una mayor profesionalización. Hándicaps no le faltan. Sin embargo, la recompensa, económica y social, merece la atención de productores, recolectores, transformadores, comercializadores y restauradores, que hacen de este hongo de dudosa estética un complemento a su actividad o, directamente, a su quehacer diario.


A ojos de un urbanita, la imagen es totalmente bucólica. Un hombre sale de su casa acompañado de su perro y se adentran en el monte, donde el animal corretea de un lado para otro buscando un tesoro escondido. De pronto, éste comienza a escarbar junto a una encina, momento en que el dueño retira con su brazo a su compañero para culminar manualmente la búsqueda de la trufa. Sin embargo, esa imagen no se corresponde exactamente con la realidad de lo que realmente es un cultivo permanente en una finca acondicionada al uso. Un sector que tiende a profesionalizarse poco a poco y que ha conseguido que, en varias comarcas de provincias como Teruel o Guadalajara, sus habitantes hayan encontrado en esta actividad un motivo para no abandonar la tierra que los vio nacer por falta de oportunidades profesionales.
Un ejemplo de ello es Diego García, actual presidente de la Asociación de Recolectores y Cultivadores de Trufa de Castilla-La Mancha (Trufarc). Químico de profesión, él y su familia siguen ligados a su comarca, el Señorío de Molina, gracias a la truficultura.

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