Etiquetas crecientes, conocimientos menguantes... y el Nutriscore

24/02/2022

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo de Grupo Editorial Agrícola

El Parlamento Europeo rechazó el pasado 15 de febrero equiparar en el etiquetado las bebidas alcohólicas (el vino, entre ellas) con el tabaco, en relación a los riesgos cancerígenos de su consumo. Evidentemente, para nuestra salud no es lo mismo consumir tabaco que vino, ni tampoco es igual el riesgo que implica el consumo de vino que el de las bebidas espirituosas, ya que hay muchos factores que afectan, como la cantidad ingerida o la frecuencia de consumo, por ejemplo.


Que se haya planteado cambiar el "consume con moderación" del vino por un hipotético "beber cualquier cantidad de alcohol mata" me hace darme cuenta de la importancia de algo que a veces puede parecer trivial en un alimento, pero que no lo es: la etiqueta.

Ese trozo de papel adhesivo es, para el consumidor, el espejo del alma de un alimento. Eso lo sabe muy bien el fabricante, porque en él resalta (desde el principio de los tiempos) su marca, los datos de la empresa, el nombre del producto y sus propiedades. Con el paso de los años se incorporaron datos más estandarizados y técnicos, solicitados de forma administrativa para evitar fraudes o crisis alimentarias como pueden ser el gramaje, la forma de conservación, la información nutricional o los ingredientes.

Y quizás con ellos, con los ingredientes, empezó la complejidad. Surgió la necesitad de reflejar, por ejemplo, aditivos cuyos nombres el consumidor no entendía, para lo que se tipificaron con letras. ¿Qué es mejor, decir Acesulfamo K o E950? Eso sí, el consumidor sigue sin entender para qué sirve, incluso muchos arguyen que esta medida se hace con fines ocultos. Nunca se sabe cómo acertar.

Bueno, pues a esta información se fue sumando con los años la proveniente del "valor añadido" de producciones diferenciadas, ya sea por cuestiones religiosas como los alimentos kosher o halal; métodos de producción como la producción ecológica o la integrada; marcas de calidad diferenciada relacionadas también con territorios concretos como las denominaciones de origen; logotipos que se suman al texto y que pretendemos que el consumidor reconozca y valore.

¿Somos conscientes de que el consumidor medio cuenta en este momento con una avalancha de datos que excede su conocimiento?

Por si fuera poco, el hecho de que en una humilde etiqueta contemos con más información de la que muchos pueden asimilar y entender se complica con caudal de información permanente que nos llega a través de móviles, televisiones u ordenadores, y que provoca el denominado 'síndrome de fatiga por exceso de información', característico de nuestra sociedad.

Pues bien, esto se pretende solucionar simplificando, porque llega Nutriscore. Este sistema de etiquetado estilo semáforo está desarrollado para "facilitar a los consumidores una información nutricional más clara sobre los productos procesados". Letras y colores, que van de la A verde propia de alimentos saludables a la E en color rojo que indica alimentos que lo son menos, con sus colores y letras intermedias.

El Nutriscore solo distingue el perfil nutricional de alimentos dentro de una misma categoría; es decir, no es útil para comparar por ejemplo entre una lata de fabada y unos cereales de desayuno, pero ¿querremos entenderlo o caeremos en la simpleza de los colores? Porque siempre es más difícil leerse un objetivo texto farragoso que comprar en base a colores y cinco letras. Por otro lado, ¿qué primará ante nuestra vista, el semáforo o el logo de una DO o un producto ecológico? Recordemos que estos logos tienen un coste.

John Lennon dijo: "Vivir es fácil con los ojos cerrados, sin querer entender lo que ves". Lo mismo sí era un adelantado a su tiempo.

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