... y tras la carne vendrán los regadíos

16/07/2021

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo de Grupo Editorial Agrícola

Este mes de julio la temática agroalimentaria española en los medios de comunicación generalistas ha venido marcada por las declaraciones del ministro de Consumo sobre el sector de la carne. Este es un tema ampliamente tratado en nuestra publicación hermana, la revista Ganadería, pero en esta página querría plantear cómo en la producción vegetal de alimentos podremos encontrarnos en breve en una situación parecida con nuestros regadíos.


Las previsiones de los organismos internacionales no ayudan a calmar la tensión social sobre el consumo de agua. Por ejemplo, la FAO espera que para 2030, si mantenemos nuestros hábitos de consumo, la demanda mundial del líquido elemento pueda aumentar un 50%, lo que en un proceso de cambio climático sería dramático.

Otro dato inquietante: el agua que se ne-cesita para producir los alimentos que una persona consume al día puede suponer entre 2.000 y 5.000 litros si se aplica el concepto de huella hídrica tradicional.

Parece mucho, ¿no? Bueno, si analizamos el concepto de huella hídrica vemos que no es más que el total de agua utilizada para producir los bienes y servicios producidos por una empresa, o consumidos por un individuo o comunidad, como por ejemplo la utilizada en producir nuestros alimentos.

Pero ojo, que al calcular este volumen de agua no solo se contabiliza el agua consumida por los cultivos o animales, sino también la precipitada sobre ellos, evaporada o contaminada en el proceso de fabricación. De esta forma se contabiliza toda, como si ese agua de alguna manera “implotara” y se concentrara en el alimento y no volviera al ciclo natural... o al menos eso es lo que puede llegar a pensar un consumidor no informado.

Además, considerar únicamente la huella hídrica como valor de referencia puede llevarnos a otro error de percepción, ya que obvia algo esencial: el agua para producir alimentos no tiene igual importancia en sitios húmedos que en sitios áridos.

Los argumentos en contra de tomar la huella hídrica como único valor de referencia son muchos, pero ¿quiere decir esto que podemos usar el agua en la agricultura como si nos sobrara? En modo alguno.

Es cierto que el regadío en España es importante, y se ha estabilizado en los últimos años sobre las 3,8 millones de hectáreas, pero las tecnologías de ahorro siguen evolucionando, ya que administraciones y regantes son totalmente conscientes de la necesidad de ahorrar agua de riego.

Es cierto que hay que seguir trabajando en el control del agua procedente de pozos ilegales, pero utilizar a los infractores para poner en cuestión el regadío en su conjunto es injusto y dañino para el sector.

La producción agrícola rentable será de regadío o no será. Considerar que la España vaciada debe basar su futuro en ganadería extensiva y cultivos de secano es no conocer que la sostenibilidad no solo debe tener una “pata” medioambiental sino también una social y otra económica. Por tanto, ojo con los etiquetados.

Los productos ganaderos ya llevan casi todas sus certificaciones de bienestar animal porque “el consumidor demanda este tipo de producciones”.

Un consumidor que en su mayoría no conoce las granjas pero demanda bienestar de los animales puede ser un consumidor que no haya visto nunca un sistema de riego tecnificado pero que esté en contra del consumo de agua en los regadíos.

Informemos al consumidor sobre el trabajo que estamos haciendo en sostenibilidad de nuestros regadíos, de su importancia para fijar población rural o para producir alimentos porque “cuando veas las barbas del vecino cortar...”.

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