17/05/2023
Usar agua para regar cultivos parece algo evidente en la agricultura de un país como España, un país en el que no llueve durante meses. Pero esa percepción no la tienen muchos grupos ambientalistas, que ponen en cuestión nuestro regadío utilizando para ello el dato “objetivo” que aporta el INE (que indica que más del 80 % del consumo de agua en España se aplica en la agricultura de riego) para pedir “que se corte el grifo al regadío”.
Desde mi punto de vista, sus críticas “a la totalidad” del modelo de regadío provocan una “ruralfobia” preocupante, ya que asocian nuestra agricultura más productiva y a la parte más profesional de nuestro sector al “derroche” de agua, algo que considero injusto e irreal.
Demonizar el regadío, en mi opinión, supone una moda peligrosa que se apoya, una vez más, en el desconocimiento que la sociedad tiene sobre cómo se producen sus alimentos.
Pero analicemos algunos datos: si aceptamos que el 80% del agua de España se consume en el regadío, también debemos tener en cuenta que el 80% de la población española vive en zonas urbanas.
La percepción general del consumo de agua es como consumo líquido, ya sea agua de bebida, higiene u ocio, pero no siempre nos percatamos de que los alimentos que consumimos son, en gran medida, eso, agua. ¿Somos conscientes de que ese 80% de agua del regadío va para alimentar principalmente a ese 80% de población que vive en las ciudades? No gastamos agua, la usamos en producir comida.
Por otra parte, España es uno de los primeros países del mundo en esperanza de vida, algo de lo que tiene bastante “culpa” nuestra aclamada Dieta Mediterránea, una forma de alimentarnos que en gran medida incluye frutas y verduras frescas. ¿Qué ocurriría si no usáramos agua para regadío? ¿Podríamos producir y consumir alimentos frescos en nuestras ciudades la mayor parte del año como hasta ahora? ¿Estaríamos dispuestos a renunciar a ello y a asumir sus consecuencias?
Si se eliminara el regadío en el sur de España sin modificar el consumo que tenemos, deberíamos asumir que las frutas y verduras procederían del exterior, en gran parte del norte de África, donde la situación hídrica está peor que aquí ¿O creemos que los tomates surgen de generación espontánea? Eso sin hablar de dependencia alimentaria.
Pero asumamos por un momento que convencemos a la sociedad de consumir diferente y, por ejemplo, volvemos a consumir alimentos de proximidad de forma masiva como hace 100 años ¿Es este modelo factible y coherente en una gran ciudad? ¿Somos conscientes de que también deberíamos pagar los alimentos más caros? Por supuesto, además de proximidad deberíamos consumir productos de temporada sí o sí, con lo que la diversidad de la zona de frescos de los supermercados se reduciría drásticamente y, por tanto, la diversidad de nuestra dieta.
Todo esto sin entrar en materia económica, ya que para algunas zonas “secas” del sur de España no hay muchas más alternativas que el turismo o la agricultura…y el turismo de sol y playa tampoco gusta como modelo.
¿Significa todo esto que no se puede hacer nada? No, sigamos avanzando en tecnificación, exijamos a nuestras administraciones públicas que lleguen a acuerdos coherentes con visión de largo recorrido en materia de agua… Todo menos jugar a la ruleta rusa con las cosas del comer.