11/12/2018
Por Jorge Jaramillo, periodista agroalimentario
Desde el año 2000, los dientes de sierra en la producción del viñedo de Europa dibujan grandes oscilaciones que hasta ahora se han asociado más al cambio climático. Sin embargo, la necesidad de planificar las elaboraciones para adaptarlas al consumo real y no volver a los peligrosos volúmenes excedentarios, lleva a todo el sector a manejar con prudencia el potencial del Viejo Continente, sobre todo en los tres principales países productores. Tras los problemas de gestión en 2013, cuya producción desbordó todas las previsiones, viticultores y bodegueros afrontan los próximos meses con el reto de defender los mejores precios sin perder clientes.
La climatología siempre es imprevisible, pero la estadística incuestionable, porque además deja el rastro gráfico de los acontecimientos pasados, y por ende, de los errores y aciertos en la gestión de cualquier campaña agroalimentaria.
A sabiendas de que el potencial vitícola vuelve a crecer en nuestro país, acercándonos de nuevo al millón de hectáreas y especialmente en aquellas regiones que siguen impulsando la reestructuración varietal de uvas o la reconversión del vaso a la espaldera, todo el sector sabe que arrimarse a ciertos volúmenes de producción, cuando el consumo sigue en niveles bajos, es una ecuación compleja de resolver en condiciones óptimas de rentabilidad. Y eso, a pesar de los esfuerzos del eslabón más atomizado, el cooperativo, por agrupar la oferta mediante integraciones comerciales o alianzas, como están haciendo en varias regiones del país, y así poder valorizar su vino y mosto.
Según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), la cosecha del planeta será este año de 282 millones de hectolitros. Una cifra a tan solo siete millones y medio de la última más voluminosa que tuvimos en 2013, cuando todo el planeta produjo 290 millones (en 2004, 298 millones). A nivel comunitario, según los cálculos de la propia Comisión, serán 177 millones de hectolitros frente a los 146 del año anterior, donde la sequía hizo mella en los principales países productores. Tanto fue así, que durante varios meses hubo sensación de que podría faltar vino para atender la demanda mientras los precios se instalaron en los 5-7 euros hectogrado, según calidades, y aguantaron casi hasta las puertas de la nueva recolección.
Desde la Federación Española de Vino, su director general, José Luis Benítez, dice que “todas las campañas son complejas, unas por poco, otras por mucho… la naturaleza es como es y se empeña en producir. España empezó el año pasado la campaña con descenso de existencias del 10%”.
Como sector hay que trabajar en buscar la manera de minimizar los dientes de sierra y aunque no se puede buscar el equilibrio perfecto, sí, poco a poco, se pueden adoptar medidas que ayuden a ello. Tienen que ser consensuadas y que abarquen todo. No restringir sobre producto terminado sin hacerlo sobre la producción. Eso sería impensable porque son vasos comunicantes.
Benítez también cree que en este asunto “hay tres patas: el control de rendimientos, los contratos a medio plazo de suministro que proporcionarían estabilidad para todos, y alguna medida de stockage que permita almacenar cuando hace falta y sacar cuando haga falta”. Recuerda en todo caso que en la Federación “son casi todos embotelladores, con lo que no tenemos mucho granel, o gente que trabaje el granel, de ahí la importancia de impulsar contratos a medio plazo. Es una práctica que costará poner en el sector pero a futuro ayuda a la regulación del mercado. Porque en la que medida en que el operador tiene opción de conocer el precio medio de su input y el viticultor que tiene cubierta la venta a un precio razonable, es un ideal al que tenemos que llegar”.