Putin dinamita el 'granero de Europa'

19/04/2022

Por Manel González

Al cierre de este artículo existían en el mundo 18 conflictos armados graves o de alta intensidad, atendiendo a la clasificación realizada por la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autónoma de Barcelona. De todos ellos, es la guerra de Ucrania la que copa el foco mediático internacional. Sin profundizar en los motivos justos o injustos que hacen que eso sea así, lo cierto es que sus consecuencias sobre el sector agroalimentario europeo se están notando de manera clara. Lo comentamos con expertos.


Como saben, se trata de un conflicto que prendió en marzo de 2014, con el referéndum en Crimea que precede a la anexión rusa de ese territorio y los enfrentamientos entre el ejército ucraniano y grupos separatistas que en meses sucesivos se repetirán en la región de Donbás, sobre todo en los óblast de Donetsk y Lugansk, de gran sentimiento prorruso. La calma tensa generada tras el alto al fuego de 2015 se rompe en febrero de este año y se convierte en guerra con la invasión de Ucrania auspiciada por Vladimir Putin bajo el pretexto de los deseos de integración en la OTAN del país que preside Volodímir Zelenski, circunstancia que pondría en jaque la influencia de Rusia sobre el país vecino.

Esta guerra se está traduciendo en miles de muertes, violaciones de los derechos humanos, la destrucción sistemática de ciudades entera y millones de refugiados huyendo del país, y amenaza con convertirse en una tercera guerra mundial o incluso con desembocar en una catástrofe nuclear. Pero también sobrevuela el fantasma de una grave crisis económica que, como es habitual, machacará a las clases trabajadoras, de las que forma parte el sector agroalimentario. Ya se están notando, de hecho, las consecuencias.

Tsunami en la economía global

Las más claras para el sector que nos ocupa tienen que ver con el encarecimiento de los insumos y el abastecimiento de cereales. Rusia y Ucrania están entre los principales exportadores mundiales de trigo, maíz, colza, semillas de girasol y aceite de girasol. El primero de ellos es el mayor exportador de trigo y Ucrania es el quinto. Entre los dos generan el 19% del suministro mundial de cebada, el 14% del trigo y el 4% del maíz. Es decir, más de un tercio de las exportaciones mundiales de cereales.

No en vano, a Ucrania se le conoce como el ‘granero de Europa’, e incluso Mijaíl Gorbachov llegó a decir que “la URSS no podría vivir sin ella” debido a su riqueza de recursos naturales y su relevancia económica­. Rusia, por su parte, es el primer exportador mundial de fertilizantes nitrogenados y el segundo proveedor de potasio y fósforo.

Por eso, para el economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Máximo Torero, “las interrupciones logísticas y de la cadena de suministro en la producción de granos y semillas oleaginosas de Ucrania y las restricciones a las exportaciones de Rusia tendrán repercusiones significativas y podrían aumentar gravemente la inseguridad alimentaria a nivel mundial, cuando los precios internacionales de los alimentos y los insumos son ya altos y volátiles”.

Preocupa especialmente porque más del 35% de la población mundial tiene el trigo como alimento básico, y no está claro que otros países exportadores puedan compensar el vacío dejado por las exportaciones rusas y ucranianas. Advierte la FAO de que “las reservas de trigo ya se están agotando en Canadá, y es probable que las exportaciones de los Estados Unidos, Argentina y otros países se vean limitadas, ya que los gobiernos, en primer lugar, garantizarán el suministro interno”.

Todo esto en un escenario de alza de precios mundiales. Los del trigo y la cebada, un 31% en 2021; los del aceite de colza y el aceite de girasol, más del 60%.

Desde el COPA-COGECA no tardaron mucho en expresar su preocupación tras la invasión rusa. En un comunicado, el ente que agrupa a las organizaciones profesionales agrarias y cooperativas europeas incidía en que “los rusos y los ucranianos son exportadores agrícolas internacionales clave” y que, “mientras que la cuestión del suministro de energía está ahora claramente en boca de todos, la agricultura es estratégicamente importante”. Según los agricultores europeos, esta crisis se suma a la del covid y a los fuertes aumentos de precios de todos los principales insumos agrícolas en los últimos meses. Por esa razón, exigen a la Unión Europea que actúe con decisión y rapidez en la toma de decisiones.

En España, los agricultores “tiemblan” con las posibles repercusiones del conflicto para la agricultura del país. “Nos tememos una subida aún mayor de los costes de producción”, advertía el secretario de Relaciones Internacionales de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), José Manuel Roche. “Esta crisis puede tener graves efectos directos e indirectos. La UE es muy dependiente energéticamente de Rusia, uno de los mayores productores de petróleo, y de gas natural, lo que repercute directamente en la producción de abonos”.

UPA reclama un plan proteico “ambicioso” con el que Europa consiga ser “más autónoma” en materia de producción de piensos. También consideran imprescindible “apoyar la producción de leguminosas adaptadas a las características climáticas, tanto para consumo humano como animal”. En cuanto a las sanciones que la Unión Europea aplicará sobre Rusia, en UPA temen la reacción de esa potencia mundial, que consideran que “podría ser dañina para el sector agroalimentario”.

Idéntico sentir expresan desde la Asociación Agraria Jóvenes Agricultores (ASAJA), para quienes “el sector agrario español será, sin duda, uno de los damnificados”. “Nuestras importaciones de cereales y girasol, así como de medios de producción básicos como abonos y fertilizantes, se resentirán gravemente, lo que implicará un nuevo encarecimiento de los costes de producción para el sector”, aventuran.

¿Es tan grave la situación para la agricultura española?

El impacto inicial de la guerra sobre el mercado cerealista mundial fue “brutal”, en palabras del secretario general de la Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España (ACCOE), Jose Manuel Álvarez. Durante esos primeros días de miedo e incertidumbre se batieron récords en las cotizaciones de trigo y maíz en las Bolsas de París y Chicago. Pese a ello, el mercado fue reaccionando “de forma positiva”, señala Álvarez, gracias a nuevos condicionantes como la llegada de precipitaciones a zonas necesitadas del hemisferio norte, la mejora de la situación de los cultivos en EE. UU. y Brasil o la inminente cosecha en Argentina.

El representante de ACCOE no se aventura con una predicción clara sobre los precios ante una situación de volatilidad “extrema” como la actual y llama a “estar muy pendientes” de eventos que puedan “desestabilizar el frágil equilibrio vigente”.

Desde el prisma español, “una vez superada la paralización de las operaciones tras el shock inicial también hemos sufrido cotizaciones nunca vistas”, indica Álvarez. Así, el trigo ha visto incrementado su valor un 38%; el maíz un 44%; y la cebada más del 35%.

Respecto al abastecimiento, ACCOE lanza un mensaje de tranquilidad tras la “zozobra” y los “cálculos demasiado pesimistas” del inicio. “La situación se va normalizando. Está claro que España no dispone en la actualidad del cereal necesario para cubrir el enlace entre campañas mayo-junio, pero esperemos que las medidas implementadas por el Gobierno –como la autorización de importación de maíz procedente de Argentina y Brasil, flexibilizando para ello, requisitos fitosanitarios-, junto a la importación de maíz norteamericano, sean suficientes. Estamos seguros de que los operadores van a poner todo de su parte para que no falte ni un grano de cereal en nuestras fábricas”, explica el secretario general a esta revista.

Precisamente, el presidente y CEO del US Grains Council, Ryan Legrand, contaba en una reciente entrevista en Agricultura la importancia que tiene nuestro mercado para los exportadores norteamericanos: “España importa entre 500.000 y un millón de toneladas de cereales estadounidenses. Para nosotros, la retirada de los aranceles supuso una excelente noticia que esperamos que abra la puerta a más ventas. Las trabas arancelarias en cualquiera de los sentidos siempre complican el negocio y no son necesarias”.

Legrand confirmaba que EE. UU. cuenta con el potencial suficiente para suplir con sus cereales un hipotético descenso de la importación procedente de Ucrania: “Tenemos la capacidad año tras año de producir más y exportar más. Para ello, contamos con cerca de 39 millones de toneladas de stock estratégico, por decirlo así”.

Para saber más sobre los mecanismos que activaron la tendencia alcista de los precios del cereal una vez estalló el conflicto hemos hablado con el consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación ante la OMC, Javier Sierra.

“La actual crisis y situación de guerra ha operado en un terreno que ya estaba tensionado por el impacto de la pandemia y la situación del mercado energético”, reconoce. “Teníamos ya una situación inflacionaria con precios del trigo muy elevados. Por ejemplo, en enero de 2022, la tonelada de trigo había aumentado con respecto al mismo mes del año anterior, casi un 30% en EE. UU., un 12% en Francia y un 17% por igual en Rusia y en Ucrania. Las señales de un posible conflicto entre dos grandes operadores mundiales transmitieron señales de tensión a los analistas, que se transmitieron a los grandes brokers que operan globalmente y, de allí, a los mercados de futuros que señalan los precios mundiales. Estos mercados llegaron incluso a suspender su cotización dada la volatilidad de los precios”, explica Sierra.

Según el catedrático de Economía y Política Agrarias en la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) Jose María García Álvarez-Coque, en esta cuestión “hay tres componentes: el primero es la sequía en Oriente Próximo y norte de África, entre otras zonas; el segundo es el alza de los precios de la energía, ya condicionado por la oferta de gas natural y otras fuentes no renovables; y el tercero es, por supuesto, el conflicto, con las consecuencias que pudiera tener el embargo”. Y advierte: “No descartemos que, si el conflicto no para, las próximas cosechas ucranianas podrían verse comprometidas”.

En cuanto al impacto del conflicto sobre las cotizaciones, García Álvarez-Coque señala que “hay que reconocer que España tiene varias fuentes de aprovisionamiento y capacidad para acumular stocks. También hay que pensar en otros países exportadores del bloque anglosajón. Pero, desde luego, el impacto lo estamos viendo ya no solo en la cesta de la compra, sino en los costes de alimentación en la ganadería, condicionados por los precios de los distintos cereales, que también se ven afectados por la guerra”.

¿Podría haber sido menos duro el golpe?

¿Pueden contar los productores/comercializadores con algún tipo de ‘escudo’ que les ayude a minimizar impactos de este tipo? ¿Con qué mecanismos se debería contar? “Para un sector tan castigado por las administraciones españolas como el del comercio tradicional de cereales resulta una entelequia pensar en ‘escudos’ cuando llevamos años sufriendo la discriminación legislativa y la marginación institucional tanto a nivel autonómico como nacional”, responde el secretario general de ACCOE, Jose Manuel Álvarez. “Estamos habituados a sufrir políticas diseñadas para limitar las opciones comerciales de agricultores y, por tanto, las nuestras. Se imponen incentivos para que comercialicen su producción de forma conjunta y abandonen el sistema que ha demostrado su validez al convertir a un país como el nuestro, extremadamente deficitario en cereales, en la primera potencia europea en fabricación de piensos compuestos para alimentación animal. Por eso, más que protección, solicitamos a esas administraciones que hagan lo posible para que todos, con mayúsculas, podamos seguir ejerciendo nuestro papel dentro del mercado en igualdad de condiciones. Que dejen trabajar a una cadena que funciona, no sea que tengamos que arrepentirnos después”.

García Álvarez-Coque añade que “hay ya una voluntad que hemos ido construyendo con la crisis del covid de crear mecanismos financieros conjuntos para paliar efectos de la crisis. Es obvio que la inflación apretará, y el Banco Central Europeo tendrá que gestionar los tipos de interés, pero no elevándolos más allá de lo necesario. Sobre todo, que no falte el crédito a las pymes ni apoyo social y económico a los colectivos más necesitados. Y tampoco a nuestros agricultores y ganaderos”.

La geopolítica y su cada vez mayor presión sobre la agroalimentación

Como indica Javier Sierra, “la alimentación está muy tensionada por muchos factores: unos son de carácter climático, con fenómenos cada vez más adversos derivados del calentamiento global; otros derivados de los conflictos territoriales que generan movimientos de refugiados que a su vez presionan sobre los recursos locales; otros factores son derivados de la fuerte presión ejercida por una creciente población urbana de clase media que tira de la demanda de proteína animal, lácteos, frutas y hortalizas principalmente. Tampoco podemos olvidar otros factores de índole regulatorio, derivados de nuevas políticas con el fin de incrementar la sostenibilidad de los sistemas alimentarios mundiales”.

Así, para el consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación ante la OMC, “en un mundo multipolar, con dinámicas de crecimiento de población asimétricas, sometido a disrupciones de cadenas logísticas derivadas de la pandemia y con un difícil equilibrio entre oferta y demanda con presiones de costes muy ajustadas, existen voces que hablan de que nos enfrentamos a una economía de la escasez de muchas materias primas. No nos podemos olvidar que podemos vivir sin microchips, aunque nos cueste, pero no podemos vivir sin un acceso regular y saludable de alimentos”.

Según García Álvarez-Coque, “hay una tendencia antiglobalista en una parte del mundo que puede llevar a una fragmentación en bloques. Eso puede cambiar la propia política agraria, donde aspectos como la seguridad de suministros y las reservas estratégicas van a cobrar más protagonismo. Por otro lado, la crisis energética, además de castigar a nuestros productores, podría conllevar alguna consecuencia a medio plazo no tan grave, como la apuesta por tecnologías menos intensivas. En cualquier caso, las capas sociales menos favorecidas de la sociedad tienen riesgo de perder acceso a una alimentación suficiente, si la economía entra en recesión. Aquí son fundamentales las medidas compensatorias coordinadas a nivel europeo para contrarrestar los efectos de la crisis”.

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