26/11/2018
Agosto de 2014 supuso un momento clave en el que la geopolítica afectó de forma evidente al negocio alimentario español. El veto ruso del Gobierno de Vladimir Putin a la entrada de productos frescos comunitarios supuso que sectores como el de las frutas de hueso españolas tuvieran que "reinventarse" y buscar nuevos mercados que les permitieran labrarse un futuro.
Circunstancias como esta no son ni mucho menos nuevas, ya que negociaciones internacionales hay prácticamente desde que el mundo es mundo, pero para muchos productores “de a pie” ese momento supuso un golpe de realidad sobre lo frágiles que son los precios de los alimentos que producen. Siempre ha existido el mantra de que los productos agroalimentarios de la UE se trataban como moneda de cambio en los tratados de comercio internacionales, el famoso “alimentos por coches”, pero una conexión tan directa hizo evidente lo que siempre había estado ahí.
El veto ruso continúa activo pero ahora están de actualidad otros frentes de geopolítica que afectan directamente al sector agroalimentario: Brexit, movimientos ultranacionalistas en el seno de la UE... pero, por centrarnos en un ejemplo, nos quedaremos con la lucha por el poder económico mundial de China y EE. UU.
Las dos potencias se encuentran, ya sin tapujos, en plena guerra comercial. Esta guerra, en la que afortunadamente las armas son aranceles al comercio, afecta directamente al sector del aluminio y el acero, aunque el comercio de la soja es un daño colateral de primer nivel.
En pocas palabras, y como respuesta a los mencionados aranceles estadounidenses al aluminio y acero chinos, Pekín ha aplicado un arancel del 25% a las importaciones de soja procedentes de EE. UU.
Que los almacenes norteamericanos estén llenos, por la ley de la oferta, hace que los precios internacionales bajen y, por ejemplo, que los ganaderos de la UE puedan comprar piensos a precio más reducido. Pero ¿quién ocupa el hueco que deja EE. UU. en China? Ahí está Brasil, por ejemplo, si su nuevo gobierno lo permite, para coger parte de ese pastel.
Pero el efecto "dominó" continúa, ya que esta situación en parte también frena el repunte de cultivos alternativos a la soja en la UE, que a bajos precios de la soja dejan de ser rentables.
Este es un pequeño ejemplo de lo complejos que son los movimientos llevados a cabo en el ajedrez económico mundial, y de los que me gustaría resaltar dos reflexiones.
La primera es que el agricultor tiene que pensar en su cultivo no como algo de lo que pueda despreocuparse al terminar la cosecha, sino como algo dirigido a un consumidor que lo compra y lo consume, ya sea de aquí o de la China. Para ello será necesario tener estructuras de comercialización, como es el caso de las cooperativas potentes o de segundo grado, capaces de llegar y analizar mercados allá donde los productores por sí solos no pueden o no saben llegar.
La segunda es constatar, una vez más, que el modelo de producción de alimentos de la UE tiene a nivel mundial una percepción de alta calidad pero también asume altos costes de producción. ¿Qué pasaría en una coyuntura futura en la que la UE tuviera que afrontar una guerra comercial similar? ¿Seríamos competitivos en según qué mercados?
Los agricultores siempre han mirado al cielo con incertidumbre, pero ahora quizás también sea más importante mirar la sección de internacional de los medios de comunicación.