26/07/2019
La geopolítica, aunque sea más etérea e incontrolable para el agricultor, se está convirtiendo en un factor de producción cada vez más importante en nuestras granjas, como lo son la maquinaria, los fitosanitarios o los abonos.
Esa perspectiva global de las producciones agrarias se muestra en hechos puntuales, como cuando aparecen las cifras de exportaciones de productos alimentarios españoles y rompen año tras año las cifras récord de las campañas anteriores. También se ve su efecto cuando una sequía en Ucrania o Argentina afecta a las cosechas en esos países y condiciona los precios del cereal en España, o cuando se prolonga el cierre del mercado ruso a nuestras frutas de hueso.
El comercio global, aunque pueda no parecerlo, tiene unas reglas de juego pactadas entre los países, los acuerdos de comercio internacional.
Estos acuerdos suponen oportunidades para que nuestros alimentos se abran a los mercados del mundo, pero evidentemente también suponen oportunidades recíprocas para productores de alimentos de países terceros, para los que la UE es un mercado de 500 millones de consumidores con buen poder adquisitivo.
Históricamente hay muchos ejemplos de acuerdos de libre comercio, pero entre los más recientes está el CETA, firmado en 2016 entre la UE y Canadá y aprobado en febrero de 2017 por el Parlamento Europeo. Este acuerdo aún tiene que ser refrendado por algunos países miembros, pero afecta directamente a sectores europeos como el de las legumbres o la carne de vacuno. Ahora mismo también está en marcha el acuerdo UE-Vietnam, teóricamente menos importante en volumen, pero cuya ratificación está pendiente por parte del Parlamento Europeo, que pondrá en cuestión si el país asiático cumple o no los Derechos Humanos.
Eso sí, quien se lleva todas las portadas, por su dimensión e implicaciones políticas, es el acuerdo recién aprobado entre la UE y Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay).
El acuerdo con Mercosur llevaba en el aire 20 años y se ha cerrado también a falta de ratificación del Parlamento Europeo y los estados miembros. Las circunstancias que lo rodean no son únicamente técnicas, ya que ¿cuánto ha influido la actitud proteccionista de la administración Trump en su desenlace? Quizás bastante, pues su firma supone la obligación de cumplir los compromisos medioambientales del Acuerdo de París, un acuerdo del que salió EE.UU. en 2017.
De esta forma, la UE consigue que si Argentina o Brasil, los dos países más importantes de Mercosur, quisieran seguir el ejemplo del gigante americano y apostar por producción sin control ambiental, se cerrarían las puertas a un mercado de 500 millones de habitantes y su dependencia de EE.UU. sería mayor.
En clave interna aún queda mucha letra pequeña por negociar, pero lamentablemente el acuerdo ya se considera un acuerdo de “coches por alimentos”. Su ratificación aún llevará hasta dos años más, pero ya hay sectores europeos como el de la carne de vacuno, de pollo o los cítricos altamente preocupados por el efecto que supondrá en su estabilidad. Serán dos años de negociaciones en Bruselas, defensa de intereses y unión de nuestros representantes.
Lo dicho, la gestión política en Bruselas es más importante que un buen abono para el campo español.